El desierto reivindicaba su
soledad. El matorral se aferraba al suelo y balanceaba su melena al viento,
causante de una parte de la erosión del terreno. Era un jardín de matorrales y
cactus, aunque pareciera un contrasentido. El paisaje era de colinas peladas,
casi lunar. En algunas zonas el divorcio con la humanidad se reflejaba en la
ausencia de casas. En otras, habían construido hoteles y establecimientos
rurales con encanto, alguna urbanización. Siempre imperaba el blanco, la
horizontalidad y la prudencia urbanística. Aquí se podía huir del mundo, buscarse
uno a sí mismo con la cercanía del mundo civilizado en estado básico. No
faltaban los servicios necesarios.
El valle de Rodalquilar, que se
asentaba sobre una caldera volcánica, sobre una estructura de colapso de origen
eruptivo, leí en un panel cerca de la torre de los Alumbres, estuvo habitado
desde antiguo. Y desde antiguo la lucha contra el medio por la ausencia de agua
fue una constante. Los romanos alcanzaron sus costas para explotar sus recursos
minerales, los metales originados por el hidrotermalismo y los movimientos eruptivos.
Sin duda, iberos, tartesos, griegos, fenicios y cartagineses recabaron por
estas costas y estas tierras.
Paré a contemplar la solitaria
torre del castillo de Rodalquilar, que fue la primera construcción cristiana
tras la conquista por los Reyes Católicos del reino de Granada. Había pequeños
grupos de árboles que por la posición de sus troncos y ramas se habían adaptado
al viento.
Bajo aquella superficie seca
discurría un pequeño acuífero que había dado vida a una agricultura y ganadería
precarias. Para la extracción del agua utilizaron norias y molinos, pozos y
aljibes. Algunos aún se mantenían en uso. Un mapa marcaba sus emplazamientos.
La compañía Minas de Rodalquilar
explotó una mina de oro entre 1933 y 1966. Antes, fueron explotadas por los
ingleses, que las abandonaron en 1923. Algún resto de las instalaciones quedaba
aún cuando alzabas la vista hacia las montañas, como las pilas de lavado. Desde
lejos parecían unas canteras. El oro era anunciado por una piedra de tono verdoso,
la rodalquirita. Tras la Guerra Civil se nacionalizaron las minas y en 1966 las
cerraron al no ser rentables. En la Planta Denver y el Museo Minero rodaron
películas como Los guerreros del sol,
El misterio de Wells, Contra el viento, Agáchate maldito o la serie Curro
Jiménez, según leí en un artículo en www.vice.com, de
agosto de 2017, de Jorge G. Palomo. La organización del poblado minero debió
ser similar a la de Las Menas, en el valle de Almanzora, que había visitado dos
días antes: viviendas saneadas para los obreros, colegios, cine y unos
servicios que no eran fáciles de encontrar por aquellos años. Cuando cerraron,
los mineros emigraron a Cataluña y el País Vasco, principalmente. El paisaje
volvió a ser desolador.
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