La carretera hacia el lago
estaba enmarcada por las montañas peladas y un río de caudal potente que
trazaba vistosos meandros. Atravesamos un paisaje estepario, de escasos árboles.
Poco a poco se fue cerrando al acercarse las montañas hacia el asfalto formando
un desfiladero. Las vías del tren acompañaban nuestro avance.
Regresaron las curvas provocadas
por un valle estrecho tallado por el río. Habíamos contemplado los efectos de
la erosión sobre el perfil de las montañas. El agua había acanalado su rostro y
había dibujado una especie de tubos de órgano. Me pregunté por qué sólo se
habían formado en secciones concretas. Las copas redondeadas de los árboles, como
pelucas verdes, marcaban el lugar por donde se deslizaba el río.
Después de algo más de una hora
de trayecto paramos para comer.
En la garganta de Boom, al norte
de Tian Shan, nacía el río Chuy, que terminaba su trayecto en los desiertos de
Kazajastán, en dirección norte. El río nos había amenizado el camino con sus
requiebros. La garganta marcaba el límite de las regiones de Chuy y de
Issyk-Kul.
Quizá el elemento geológico más
importante eran los depósitos lacustres. El efecto en el paisaje era extraño ya
que, de pronto, la parte superior de algunas colinas o montañas era de un
pasmoso color casi blanco, en contraste con el gris o pardo general. Algunas
franjas rojas le daban un mayor misterio. Las chicas Encarta, cómo no, me
sacaron de la ignorancia: eran el resultado de un lago extinguido. Era una zona
de vientos severos y, por lo que nos comentó Edil, allí no nevaba en invierno.
Lo pudimos apreciar mejor al
parar ante unas yurtas blancas donde vendían pescado ahumado y diversas frutas.
Había también un depósito de agua forrado en tela plateada y una antena
parabólica que dudé que funcionara. Era lo más parecido a una primitiva
estación de servicio sin gasolinera.
Edil nos animó a cruzar la
carretera, las vías del tren y a acercarnos al río para ver algunos arbustos de
preciados frutos, como la espinosa amarilla, con la que fabricaban mermeladas.
Un poco más allá discurría el río con amplitud y alegría. Sobre él habían
trazado un puente colgante que vibraba con cada una de nuestras pisadas y amenazaba
con soltar lastre y mandarnos al torrente. Aguas abajo, un grupo de lugareños
aprovechaban un recodo para refrescarse. El recodo evitaba la corriente más
fuerte y les protegía.
Retomamos la marcha entre las
montañas Sombrías, a la derecha, y las montañas Soleadas, a la izquierda. Su
nombre derivaba del momento del día en que les daba el sol, que no se
distribuía de forma equitativa. No tardamos en ver el lago Issyk-Kul en el
horizonte.
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