La primera impresión que me
causó este país fue estupenda: control de pasaportes rápido, salida de maletas
impecable, nada que declarar con un gesto amable y una buena organización.
Nos recibió nuestro guía, Edil,
un chaval joven al que le gustaban los cantantes españoles, como Bebe,
Alejandro Sanz, Pablo Alborán, Enrique Iglesias y otros más que la mayoría de
nosotros ni siquiera conocíamos. Comentó que en su país los chavales jugaban a
la play con los equipos españoles: el Madrid, el Barcelona y el Atlético. Era
una perpetua sonrisa, hablaba pausado y transmitía una primera imagen
estupenda. Había aprendido español en el colegio. También hablaba ruso, que era
idioma cooficial con el kirguís, y que utilizaba para comunicarse con el
conductor. Estudiaba chino en la Universidad.
No había hecho mucho caso a
Kirguistán hasta días antes de mi salida, del que carecía de toda información y
documentación. El dossier del tour operador era bastante parco (una página con
la moneda y poco más) así que empecé por lo más básico: Wikipedia.
Kirguistán (o Kirguizistán o la
República de Kirguisia, como más les gustaba ser denominados) era un país
reciente, nacido en 1991 como consecuencia de la caída de la Unión Soviética,
pero con un pasado que se remontaba dos milenios. La primera conclusión a la
que llegué es que había estado a merced de sus vecinos, aunque había mantenido
sus tradiciones y su personalidad -que tendría que ir desentrañando con el
tiempo y durante el viaje- gracias a su orografía montañosa. Su extensión era
algo inferior a 200.000 km², como el 40% de la de España, y su territorio tenía
la forma de una cabeza de dragón con la boca abierta. Por supuesto, me había
enterado de que su capital era Bishkek porque era por donde entrábamos y
salíamos del país. Sus vecinos eran Uzbekistán, China, Kazajistán y Tayikistán.
Había formado parte de la Ruta
de la Seda y las vicisitudes de esa arteria comercial habían sido las suyas.
Eso explicaba que este pueblo de origen turco hubiera dado tumbos por la zona
hasta asentarse en este territorio y que otros pueblos lo hubieran habitado en
otros tiempos. Mantenía una de las poblaciones nómadas más grandes del mundo.
El dato que más me sorprendió, y
que implicó mirarles con más cariño, fue el de sus buenas formas democráticas.
En abril de 2010, habían derrocado al presidente Kurmanbek Bakiyev y habían
instaurado una división de poderes inhabitual en aquel entorno. Muy
probablemente esa noticia pasó completamente desapercibida en los medios
españoles. El parlamento, el Jogorku
Kenesh, unicameral de 120 diputados, no podía estar controlado por un solo
partido ya que se limitaba a 65 escaños el máximo de una misma formación. En el
momento del viaje, cinco partidos se sentaban en la Cámara y una coalición de
cuatro había dejado como único partido de la oposición al Atá-Junt. Debieron acabar bastante hartos de aquel presidente al
que tuvieron que deponer para que volviera la normalidad a los cinco millones y
medio de ciudadanos (Edil nos informó de que eran alrededor de seis millones).
El presidente, como jefe del estado, sólo podía permanecer un periodo de seis
años en el poder. Con ello evitaban que se enquistara. En Transparencia
Internacional ocupaba el puesto 135 de 180 países y le daban una nota de 29
sobre 100, algo mejor que la de Uzbekistán pero tampoco para tirar cohetes.
La revuelta de Osh de 2010 tuvo
lugar dos semanas antes del referéndum de reforma constitucional. También
tuvieron una revolución de los Tulipanes en 2005, por lo que parece que la
patada en el culo de los gerifaltes era una costumbre del país.
Creo que al único kirguis que
conozco es a Talant Dujshebaev, el extraordinario jugador del Teka y entrenador
del Ciudad Real y Atlético de Madrid. Es cierto que siempre creí que era uzbeko
y que no me enteré de su verdadera filiación hasta que la consulté en internet.
Nació en 1968 en Frunze, el
nombre que tenía Bishkek en aquel entonces. Militó en el CSKA de Moscú y en
1992 llegó al Teka, al que hizo campeón de Europa, entre otros títulos. Después
se fue al balonmano alemán para regresar a España y convertir al Ciudad Real en
la máxima potencia del balonmano mundial, con tres ligas de campeones, cuatro
ligas españolas y otras distinciones. Acompañó al equipo a Madrid cuando lo
adoptó el Atlético y cuando éste desapareció se marchó a Polonia, con gran
pesar de su corazón, donde entrena al Kielce, al que también hizo campeón de
Europa en 2016. Siempre recordaré con cariño sus goles de cadera.
Sus hijos, Alex y Daniel, que se
han incorporado al mismo equipo que entrena su padre, también son estupendos
jugadores, aunque no tan geniales. Los dos hicieron campeona de Europa por
primera vez a España en 2018. Vaya familia de campeones.
La carretera desde el aeropuerto
era ancha y bien asfaltada. El trayecto duró unos 40 minutos. Los vehículos
eran bastante más modernos y de marcas más variadas y mejores que en
Uzbekistán. Durante el trayecto, Edil nos facilitó algunos datos sobre el país,
como el salario mínimo, que ascendía a 250 euros mensuales. Aproximadamente un
millón de habitantes trabajaba en el extranjero, principalmente en Rusia. La
población era mayoritariamente musulmana, un 80%, pero al igual que en
Uzbekistán no existía una religión oficial y eran bastante tolerantes. El 15%
eran rusos y casi un 10% uzbekos, muchos de ellos habitantes del Valle de
Fergana, que compartían Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán. Aproximadamente un
5% de la población era de etnia tayika.
Ese crisol de raza se traducía
en rostros orientales, achinados de ojos, cara redonda y variaciones de tez y
rasgos blancos. Entre los funcionarios del aeropuerto ya habíamos comprobado
esa mezcla.
El hotel Ambassador eran moderno
y céntrico y estaba muy bien montado. Me asignaron una habitación en la sexta
planta. Era nueva, acogedora y con un baño muy a la moda.
Para la cena optamos por el
restaurante a lo chill out de la
terraza. Se había hecho tarde y en los alrededores los locales estaban
cerrados. Cenamos unos sándwiches, unas pizzas y unas buenas cervezas. Salimos
a 450 soms, algo menos de seis euros
(78 soms eran un euro).
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