Con el inicio de la segunda
parte del viaje empecé a notar el cansancio acumulado en el cuerpo. Por la
mañana no sentía que se hubiera recuperado plenamente. Mi musculatura estaba un
tanto agarrotada, los ojos parecían enredados en algodón y mi mente carecía de
la deseable rapidez de reacción. Pero una buena ducha, unos ejercicios para
tonificar los músculos y una o varias tazas de café obran maravillas.
Por otra parte, la mente era
consciente del cambio de tendencia, como el que sube una montaña y al llegar a
la cima inicia el descenso, un cambio que se concretaba en que no contaba los
días disfrutados, con euforia, y sí la cuenta, con ligera angustia, de los que
faltaban. Tanto tiempo deseando que llegara ese momento para que luego se
escurriera o se esfumara en un abrir y cerrar de ojos.
Con esa sensación de cansancio sonó
el despertador del móvil, luego el teléfono con el recordatorio desde recepción
–ni se te ocurra dar la vuelta y seguir en la cama- hice un esfuerzo titánico,
abrí las cortinas, recibí un fogonazo de luminosidad del demonio, las cerré
excepto una rendija, regresó una penumbra razonable y cumplí mi ritual diario.
Continuando con las gratas
sorpresas del país, y del día, devoré un desayuno a base de arenques, salmón,
trucha ahumada –o eso me pareció-, bollitos, zumo, café y algo más. Llevaba
demasiados días sin tomar pescado. El resto era para reponer fuerzas. Nos
acompañaba en el salón Euronews con la noticia de la ola de calor en Europa,
que confirmaba en Calpe, Alicante y España mi cuñada Mercedes. Un bombardeo en
Raqqa, la firma de más sanciones a Irán por Trump y otros desastres amenizaron
el inicio del día. También llevaba muchas jornadas sin ver la televisión ni
leer el periódico, por lo que no sabía qué había ocurrido en el mundo. Casi
mejor.
El objetivo principal del día
era el parque Ala Archa, en las montañas al sur de la capital, a una hora de
camino. Edil nos comentó que estaba previsto que lloviera por la tarde, algo
que no podíamos imaginar a la vista del sol que imperaba en la mañana. La tarde
la dedicaríamos a una breve visita de la capital.
El autobús se introdujo en la
que denominaban los lugareños la “avenida soviética”. Los carteles estaban en
cirílico y no entendíamos nada. La avenida estaba repleta de bancos y casas de
cambio. Muchos vehículos llevaban el volante a la derecha: eran de segunda mano
importados de Japón.
La ciudad era una cuadrícula de
avenidas y calles anchas, muy soviética. El transporte público era el trolebús.
No disponían de metro o tranvías. La urbe era agradable aunque no ofrecía
grandes atractivos arquitectónicos o monumentos antiguos, salvo en el centro,
en la zona administrativa. Pasamos por un barrio de viviendas unifamiliares
grandes y lujosas, para ricos, por la residencia del Primer Ministro, y
enfilamos hacia el parque nacional. Al salir del tejido urbano nos recibieron enebros
coloridos.
Al fondo se delineaban las
montañas de cumbres nevadas. Desde la ciudad también se divisaban y aparecían
como el telón de fondo de la misma. Bishkek estaba a 800 metros sobre el nivel del
mar. Nuestro destino se situaba por encima de los 2000 metros, por lo que casi
constantemente ascendíamos hacia las Montañas Celestiales, la cordillera Tien
Shan. La sección que visitaríamos era Ala Tau, cuyo pico más alto ascendía
hasta los 4885 metros del monte Semenova-Tian Shanski. El pico Pobeda era el
más alto del país con 7445 metros.
Mientras sacaban las entradas
para el parque observamos un panel donde mostraban la estructura del lugar en torno
al río Ala Archa y su cuenca de torrentes que lo alimentaban desde las
montañas. El río corría por el valle con fuerza y prisa, aún joven y precipitado.
Después de tantos días en contacto con las tierras semidesérticas de Uzbekistán
este contraste era magnífico.
Las montañas que se encontraban
en primer plano estaban peladas. En la zona más cercana al río abundaban los
árboles. Entre ellos se asomaban los tejados de algunas envidiables casas. El
cielo estaba azul y las nubes eran blancas y poco consistentes. Pero en la alta
montaña el cielo se cierra en poco tiempo y puede descargar con furia antes de
que se haya decidido nada. Había que ser prudentes.
La carretera ascendió paralela
al río. Hacia el horizonte las cumbres daban respeto. Eran el hogar del
leopardo de las Nieves, una especie en peligro de extinción. Más abundantes
eran las cabras montesas.
El bus nos dejó en el
aparcamiento. Nos pusimos el calzado reglamentario para iniciar nuestra
excursión hasta la cascada Ak-Say que se atisbaba en la lejanía.
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