Hubo un tiempo en que Balãsãghun
(o la forma más sencilla, Balasagún) fue el centro del mundo. Así lo entendió
el geógrafo Mahmud al-Kashgari al situar a esta ciudad en el centro de su mapa
del orbe. Por supuesto, Europa occidental era completamente ignorada en estas
tierras durante los siglos X y XI.
Mapa procedente de Wikipedia.
Balasagún fue fundada por los
sogdianos. Tras el revés de la dinastía Tang en la batalla de Talas, en el 751,
los Uigures, que habían sido grandes colaboradores de los Tang, se beneficiaron
de su crisis y obtuvieron varios territorios, lo que les obligó a construir
emplazamientos permanentes para una mejor defensa. El más importante fue
Balasagún, al que denominaron Quz Ordu, en donde establecieron su capital o el
lugar donde el khagan o jefe tenía su
trono. Como escribió Peter Frankopan, “era una curiosa mezcla de ciudad y
campamento, con el jefe en una tienda con una cúpula dorada y el trono en su
interior. La ciudad tenía doce puertas y estaba protegida por murallas y
torres”.
Vivió sus años de mayor
esplendor en el siglo X con la dinastía Karajánida, que la convirtió en su
capital sustituyendo a la ciudad de Suyab como centro político y económico del
valle Chuy. En el siglo XII fue tomada por el janato budista de Kara-Khitan (o Kara Kitai) y en 1218 por los
mongoles de Gengis Kan, que la denominaron Gobalik, la ciudad bonita. Desde
entonces, declinó su importancia y los terremotos y la desidia mandaron al
olvido a esta próspera ciudad que contó con una importante población de
cristianos nestorianos. Su cementerio siguió en uso hasta el siglo XIV.
De todo aquel esplendor quedaba
la orgullosa torre Burana, un minarete que alcanzaba los 46 metros de altura,
aunque actualmente se había quedado reducida a 24 metros, algunos restos de
edificaciones, un campo de petroglifos, el bal-bals,
y un pequeño e interesante museo donde se exhibían algunas de las piezas
obtenidas en las excavaciones.
El yacimiento estaba a pocos
kilómetros de la ciudad de Tokmok. A la entrada de la carretera se alzaba un
avión de combate. Hace años, hubo una escuela de pilotos y un aeropuerto. Su
población era de unos 70.000 habitantes. Era zona de ajos y fresas que los
agricultores vendían en la carretera.
En sus tiempos de apogeo, la
ciudad abarcaba todo el valle y era mayor que las grandes ciudades europeas,
como París, como destacó Edil, nuestro guía. Los Karajánidas se extendían desde
Tien Shan y el río Ill hasta el río Amu Daria. Con esta dinastía la zona vivió
un periodo de intenso desarrollo urbano y cultural.
La mejor forma de soñar con la
Balasagún perdida era subiendo a lo alto de la torre de vigía o minarete que
imponía el concepto vertical sobre el predominante horizontal del terreno sin
excavar. La escalera de caracol era estrecha y los escalones retorcidos, una
pequeña tortura que excitaba la respiración desacompasada de los viajeros
ávidos. Recuperado el ritmo cardíaco era el momento de observar con
tranquilidad los campos verdes hasta topar con las montañas pardas sobre las
que se alzaban los picos nevados disueltos en la bruma de agosto. Los árboles
estaban lejos.
En una zona más cercana los
montículos marcaban el trazado de las antiguas murallas de la ciudadela, el
centro político de la ciudad. Una pequeña colina mostraba los restos lavados
por la lluvia y el viento del antiguo palacio, muy deteriorado, que aún
mantenía el perímetro de sus diversas estancias. De las antiguas tumbas reales
sólo quedaban las bases. En algunas fotos antiguas aparecía el conjunto con la
torre en muy mal estado y con andamios. Las restauraciones de la década de 1970
le devolvieron el esplendor y la decoración geométrica de sus bandas de
ladrillo. En una maqueta se reproducía lo que pudo ser esa parte señorial de la
ciudad. Quizá algún día tuvieran fondos para excavar y para recuperar el pasado
esplendor.
El otro gran atractivo eran las
estelas y los petroglifos. La mayoría de ellos fueron traídos a este lugar, por
lo que era imposible trazar su origen. Eran de épocas muy diversas, algunas de
antes de nuestra era y hasta el siglo XIV. Representaban rostros, algo vetado
por el Islam, quizá porque fueran anteriores a la consolidación de dicha
religión o porque la islamización posterior fuera más leve. Las que
representaban mujeres se distinguían por los collares.
Eran de formas alargadas, a
veces fálicas, como pequeños menhires, pulidas, esquemáticas, casi de arte
cubista o abstracto. Podían ser intrigantes al tener la impresión de que te
observaban. Algunos pilares llevaban inscripciones en árabe, pero eran la
excepción. Otros, tendidos en el suelo, recordaban a fustes de columnas pero
eran realmente elementos de un sistema de arado. Más allá, piedras de molino.
Entre los petroglifos tallados
sobre una capa natural que recubría la piedra de color casi negro, predominaban
las cabras montesas de cuernos enroscados, algún ciervo, escenas de caza.
Procedían de las regiones montañosas de Naryn, Issyk Kul, Talas, Alai y otras
regiones de Kirguistán. La mayoría eran anteriores a Cristo.
El pequeño museo mostraba piezas
interesantes obtenidas en las excavaciones, como cruces nestorianas de los
siglos XI al XIV. También, inscripciones en árabe, tuberías antiguas de barro
cocido, monedas, adornos, restos de cerámica y alfarería, o armas.
En un lugar destacado se
encontraba un busto del eminente Has Hajid Yusup Balasadyn, autor del Kutadgu Bilig, o Libro del conocimiento. Fue el más ilustre hijo de la ciudad y un
exponente de ese impulso que supusieron los Karajánidas en el siglo XI. Su
estatua se alzaba ante la Universidad Nacional, en Bishkek. Su efigie aparecía
en los billetes de 1.000 soms.
El poeta, filósofo, visir y
estadista uigur escribió este largo poema para el príncipe de Kashgar Taughach
Bughra Khan. Sólo se han conservado tres manuscritos de la obra, uno de ellos
en Viena (realizado en Herat en el antiguo alfabeto uigur), otro en El Cairo
(en árabe) y el de Namangan. El libro refleja aspectos de la sociedad de la
época, como las creencias, sentimientos o prácticas de entonces, muchos
referidos al propio autor. La justicia, la fortuna, el conocimiento y la muerte
son sus temas principales. Se considera que es el primer libro escrito en
turco. Quien estuviera interesado podía comprar en la tienda un ejemplar de la
obra traducida al inglés. También vídeos, postales, gorros típicos de fieltro y
otros recuerdos.
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