Aunque llegamos a Jiva
reventados y ya de noche, Valejón nos citó a las 8,30 para un paseo nocturno.
Lo más lógico hubiera sido rechazarlo y reconstruir el cuerpo en el hotel, pero
nos apuntamos todos, sin excepción, eso sí, los caretos de todos eran un poema.
El hotel estaba muy cerca de la
ciudadela amurallada. Salimos a la derecha, tomamos la primera a la derecha,
nuevamente, y a unos cientos de metros asomaron las luces de la puerta
monumental de entrada al recinto. El camino estaba oscuro y echamos de menos
las internas, que se hacían indispensables por la noche, ya que las calles
presentaban un suelo irregular que hacía tropezar a más de uno.
En la ciudadela vivían unas
setecientas personas, quizá mil. Muchas estaban en las puertas de sus casas
charlando ya que el calor en el interior debía ser muy denso. Los edificios
principales estaban iluminados, lo que daba una pauta de avance, pero no tanto
como para alumbrar las calles. Valejón marcó el camino con su linterna.
El Itchan Kala, la ciudadela interior, era transitada por un puñado de
turistas ávidos de paladear la ciudad, que contaba con unos 50.000 habitantes.
Cuenta una leyenda, que apuntaba
la guía, que la ciudad fue fundada por Sem, hijo de Noé. Los arqueólogos, sin
embargo, establecían su origen en el siglo VI pero no existía mención escrita
sobre ella hasta el siglo X. Para esa época se había producido la invasión de
tribus túrquicas que desplazaron a los iranios. En el siglo XVI desplazó a
Konye-Urgench, actualmente en territorio de Turkmenistán, como capital del
janato naciente. Hasta el siglo XIX fue un gran mercado de esclavos donde se
trataba a los mismos con especial crueldad. La mayoría de los monumentos de
Jiva son del siglo XIX.
No sabría decir muy bien por qué
puerta entramos. Al fondo de la calle lucía un minarete esbelto e iluminado.
Pasamos ante una madrasa en obras. Estaba siendo reconstruida como hotel por
los chinos. El destino de las madrasas parecía ser su reconversión ante los
nuevos tiempos que corrían.
Alcanzamos la calle principal. A
la derecha estaba el minarete Kalta Minor con sus azulejos azules. Su tamaño
previsto era mucho mayor que el que contemplábamos y hubiera sido el más alto
del mundo musulmán, con unos 14,2 metros de diámetro y 70 u 80 metros de
altura. El Jan Mohammed Amin Khan hubiera formado un imponente conjunto con la
madrasa, que se había convertido en el hotel Khiva. Cesó su construcción a la
muerte del soberano, en 1855. Quizá, también, porque de haber continuado se
hubiera hundido. También cuentan que el Jan de Bujara, eterno enemigo del de
Jiva, quiso construir otro más alto y propuso al arquitecto desplazarse a su corte
cuando lo hubiera terminado. El Jan de Jiva se enteró de ello y mandó matarle
tan pronto como terminara la obra. Advertido de ello, abandonó sus labores con
la torre a medias.
Paseamos entre mausoleos,
minaretes y madrasas. En los restaurantes gozaban de la cena los viajeros.
Valejón nos condujo a la terraza de uno de ellos. A nuestros pies, la ciudad.
La cena fue muy agradable.
Al regresar encontramos a varios
niños durmiendo en la calle.
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