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Uzbekistán 48. Jiva. Un paseo nocturno.



Aunque llegamos a Jiva reventados y ya de noche, Valejón nos citó a las 8,30 para un paseo nocturno. Lo más lógico hubiera sido rechazarlo y reconstruir el cuerpo en el hotel, pero nos apuntamos todos, sin excepción, eso sí, los caretos de todos eran un poema.
El hotel estaba muy cerca de la ciudadela amurallada. Salimos a la derecha, tomamos la primera a la derecha, nuevamente, y a unos cientos de metros asomaron las luces de la puerta monumental de entrada al recinto. El camino estaba oscuro y echamos de menos las internas, que se hacían indispensables por la noche, ya que las calles presentaban un suelo irregular que hacía tropezar a más de uno.

En la ciudadela vivían unas setecientas personas, quizá mil. Muchas estaban en las puertas de sus casas charlando ya que el calor en el interior debía ser muy denso. Los edificios principales estaban iluminados, lo que daba una pauta de avance, pero no tanto como para alumbrar las calles. Valejón marcó el camino con su linterna.
El Itchan Kala, la ciudadela interior, era transitada por un puñado de turistas ávidos de paladear la ciudad, que contaba con unos 50.000 habitantes.

Cuenta una leyenda, que apuntaba la guía, que la ciudad fue fundada por Sem, hijo de Noé. Los arqueólogos, sin embargo, establecían su origen en el siglo VI pero no existía mención escrita sobre ella hasta el siglo X. Para esa época se había producido la invasión de tribus túrquicas que desplazaron a los iranios. En el siglo XVI desplazó a Konye-Urgench, actualmente en territorio de Turkmenistán, como capital del janato naciente. Hasta el siglo XIX fue un gran mercado de esclavos donde se trataba a los mismos con especial crueldad. La mayoría de los monumentos de Jiva son del siglo XIX.

No sabría decir muy bien por qué puerta entramos. Al fondo de la calle lucía un minarete esbelto e iluminado. Pasamos ante una madrasa en obras. Estaba siendo reconstruida como hotel por los chinos. El destino de las madrasas parecía ser su reconversión ante los nuevos tiempos que corrían.

Alcanzamos la calle principal. A la derecha estaba el minarete Kalta Minor con sus azulejos azules. Su tamaño previsto era mucho mayor que el que contemplábamos y hubiera sido el más alto del mundo musulmán, con unos 14,2 metros de diámetro y 70 u 80 metros de altura. El Jan Mohammed Amin Khan hubiera formado un imponente conjunto con la madrasa, que se había convertido en el hotel Khiva. Cesó su construcción a la muerte del soberano, en 1855. Quizá, también, porque de haber continuado se hubiera hundido. También cuentan que el Jan de Bujara, eterno enemigo del de Jiva, quiso construir otro más alto y propuso al arquitecto desplazarse a su corte cuando lo hubiera terminado. El Jan de Jiva se enteró de ello y mandó matarle tan pronto como terminara la obra. Advertido de ello, abandonó sus labores con la torre a medias.

Paseamos entre mausoleos, minaretes y madrasas. En los restaurantes gozaban de la cena los viajeros. Valejón nos condujo a la terraza de uno de ellos. A nuestros pies, la ciudad. La cena fue muy agradable.
Al regresar encontramos a varios niños durmiendo en la calle.

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