Con la previsión de un largo
desplazamiento por la tarde para tomar el avión en Nukus, tuvimos que madrugar.
Me desperté a las 6,45. Salimos del hotel a las 8, cuando aún no habían abierto
la mayoría de los monumentos.
Esta vez sí pudimos contemplar
las murallas con sus torres redondeadas de color tierra, de color desierto.
Pasamos la puerta monumental y tomamos la misma calle de la noche. Un carnero
tomaba el sol perezosamente. Las sombras eran alargadas. A cada paso surgía un
edificio que concitaba nuestra atención. Valejón estaba dispuesto a cumplir sus
objetivos y esta vez no era condescendiente con los que se retrasaban para
hacer alguna foto.
Los edificios eran de ladrillo
visto y sin azulejos que los decoraran. Estaban limpios, bien restaurados o
mantenidos y estructuraban acogedoras plazas, callejuelas y rincones. Las
torres estaban rematadas con cúpulas con azulejos.
Un mural realizado con azulejos
del siempre presente azul, reflejaba los monumentos principales de la ciudad
cerca de otra de las puertas de la muralla. Al otro lado se alzaba hace unos
años la estatua de Al Jorezm, el descubridor de los algoritmos. Era quien daba
la bienvenida al visitante en el pasado en una plaza donde solían descargar a
los turistas. Comentaba un guía, que fue maestro de Valejón, que esa misma
estatua se trasladaría a la estación del Talgo para que siguiera dando la
bienvenida a los visitantes.
Una de las peculiaridades de los
pishkek o pórticos monumentales de
las madrasas de Jiva era un pequeño balcón de madera bajo el arco interior y
sobre la puerta de entrada. Otra, que las galerías por las que se transitaba
daban a la parte exterior del patio o a la fachada, mientras que lo habitual
era que miraran hacia el interior y permanecieran ocultas. La tercera era que
los pórticos estaban ligeramente estrechados hacia arriba y los nichos carecían
del encuadramiento, con series de arcos superpuestos rodeados por marcos
rectangulares que entraban en el muro, según transcribo de El Islam. Arte y arquitectura. Mi ojo viajero no daba para tanto.
Entramos en el hotel Khiva, antigua
madrasa de Muhammad Amin, nos asumamos al patio y a la cafetería donde los
clientes desayunaban plácidamente.
Los grandes monumentos podían
eclipsar a otros menos espectaculares pero de un gran interés arquitectónico o
histórico. Eran las mezquitas de barrio, como la mezquita Blanca, la Baghbanii
o la Bir Gumbaz, o los mausoleos de los Tres Santos o el de Sayid Allauddin.
Presentaban sencillos iwanes o
pórticos de hermosas columnas de madera tallada, cúpulas sin decoración de azulejos
y usos al margen del que tuvieron en origen, en muchos casos, tiendas. Los
había visto en la web de Asian Historical Architecture, que sólo ofrecía los
monumentos de Jiva y algunas fortalezas de Karakalpakstán en su apartado
dedicado a Uzbekistán. Con más tiempo los hubiera visitado de forma más
pormenorizada.
La arquitectura de Jiva
presentaba algunos aspectos singulares que la vinculaban con el pasado, quizá
debido a su aislamiento, como destacaba el libro El Islam. Arte y arquitectura. Utilizaban algunas técnicas de
decoración premongolas para subrayar su legitimidad como sucesores de los
anteriores imperios y potencias. Las cúpulas no se apoyaban sobre pares de
arcos cruzados, técnica habitual desde el siglo XV, y se apoyaban en octógonos
sobre trompas, la técnica a la que sustituyó la anteriormente mencionada.
Arca Kunha (o Kuna Ark) era el
fuerte interior y, además, la residencia de los janes. Construida por Arang-Jan
en 1686, sólo se conservaban algunas estancias, como el harén, la ceca, una mezquita
y la sala de recepciones del jan. Allí se encontraba también el Zindon o
prisión de la ciudadela, un lugar que daba miedo simplemente con mentar su
nombre. Sobre una de las puertas se encontraban algunas de las cadenas que
habían sido utilizadas con los presos. Diversas fotografías daban cuenta de su
pasado.
Menos luctuosa y más agradable
era la mezquita de Verano, del siglo XIX. Entramos en un hermoso patio donde
nos atrajo inmediatamente el iwan o
pórtico con sus columnas de madera muy esbeltas, como tallos de loto. Todo el
techo estaba estupendamente decorado y los azulejos cubrían todo el interior.
Eran de una armonía perfecta.
Pasamos a otro patio de
similares características de techo y azulejos, con otro pórtico sostenido por
dos columnas. Era una de las salas de recepciones del Jan, el salón del trono,
donde el soberano recibía en audiencia o impartía justicia.
Subimos la torre de Vigía para
tener una perspectiva completa de la ciudad. Era como disponer de una maqueta a
tamaño real de la misma. Tejados, minaretes y pórticos se desplegaban a
nuestros pies.
Entramos en el museo de Historia
del kanato, situado en la madrasa del Jan Mohammed Rajim, iniciada en 1871 y
terminada en 1876, cuando ya se había instaurado el protectorado ruso. El Jan
combinaba el gusto por lo tradicional y por los nuevos aires que representaban
los rusos, por lo que en la misma se enseñaban las materias tradicionales y las
más avanzadas, como matemáticas, geografía y astrología. Su peculiaridad era un
patio protector o previo al patio principal, quizá por la cercanía de la
fortaleza interior del Arca. Acogía diversas representaciones de oficios y una
interesante colección de fotografías antiguas del Jan y su corte ataviados con
las túnicas tradicionales, barba y bigote, las espadas y esos espesos gorros de
piel que daban calor simplemente con mirarlos. También mostraban otras de las
mujeres del harén, algo peculiar dada la tendencia a que las mujeres no
lucieran su rostro en público.
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