En el invierno de 1875, un joven
oficial inglés realizó un viaje no oficial por Asia central con el fin de
averiguar los secretos de los rusos y si éstos se planteaban utilizar la ciudad
como base para una invasión de la India, la perla del Imperio Británico. Era la
época del Gran Juego. Los rusos
habían conquistado la ciudad y cerrado la misma a los europeos. El capitán
Frederick Burnaby, un hombre de considerable altura que dominaba siete lenguas,
entre ellas el turco y el ruso, dejó constancia de su visita a la ciudad en su
libro Ride to Khiva, de 1876, un
clásico y un superventas. Una carta de recomendación de un mullah local le abrió las puertas de la corte. En 1874 fue enviado
a España para cubrir la guerra carlista como corresponsal de The Times. Murió en la campaña de Sudán
de 1885.
En su viaje visitó el palacio
Tash-Khauli. Destacaba su amplitud y su decoración de azulejos que brillaban
como la luz del sol, y la guardia armada con sus peculiares vestimentas. Entre
el personal de la corte señalaba unos hermosos y afeminados servidores con
vestidos más propios de las mujeres y que parecían carecer de funciones.
El entramado de estancias y
habitaciones se estructuraba en torno a tres patios: el del harén y las
estancias del jan, más grande y de forma rectangular, el Arz Khana o
dependencias de la corte, y el Ishrat Hauli o sala de Recepciones. Los dos
últimos eran cuadrados. Se utilizó ladrillo que quedó cubierto con hermosos
azulejos obra de Abdullah Jin, que utilizó la técnica ishkor que permitía que no se desvanecieran los diseños con el
tiempo. Como había que transmitir grandeza y las arcas del reino estaban
llenas, se tiró la casa por la ventana.
Allah Kuli Khan (1826-1842)
inició su construcción como residencia palaciega. Su nombre se traduciría como “Casa
de Piedra”. La construcción duró ocho años, para disgusto del jan, que quería
que se completara en dos años. Eso le costó la cabeza al primer arquitecto. Se
emplearon miles de esclavos persas. Supuso el traslado del palacio desde el
oeste, donde estaba el Arca Kunya, al este.
La primera estancia que
visitamos presentaba la peculiaridad de una plataforma circular donde en
invierno se instalaba una tienda tradicional o yurta destinada a aquellos
visitantes de la estepa que no estaban acostumbrados a las habitaciones
cerradas. Era uno de los patios públicos en donde el emir recibía a las
delegaciones. La alternancia de ladrillo visto y los azulejos daba un hermoso
contraste. Algunos paneles no habían sido restaurados. Era un ejemplo de la
riqueza de los azulejos azul oscuro, blanco y negro que producían un efecto
metálico y de los techos. En la parte alta, una galería cubierta ofrecía unos
hermosos techos.
En el otro patio cuadrado el
emir administraba justicia. Habían instalado dos estructuras para yurtas. Las
dos columnas de madera estaban finamente labradas y reposaban sobre basas de
mármol con inscripciones.
El harén y las estancias del
jan, que fue la primera parte construida, presentaba una estancia más alta que
las demás: era la del emir. Las otras cuatro eran iguales y correspondían a las
cuatro esposas legales del monarca. Accedimos a su habitación que presentaba una
lujosa cama con dosel. El patio era rectangular, amplio, aunque las mujeres
echarían de menos un jardín. En las estancias que rodeaban el patio vivieron
las concubinas y los parientes femeninos.
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