Fuera nos esperaba el ambiente
comercial de las calles, los bazares, los puestos de artesanías, las mercancías
que buscaban la protección bajo las sombrillas, los vendedores que sonreían y
se esforzaban por hacerse entender. Era la Jiva por la que transitaban los
lugareños, por donde caminabas sin un propósito fijo –si no tenías prisa, claro
está-, la que ofrecía un conjunto de construcciones populares, de viviendas, de
elementos cotidianos.
El museo de la madrasa Matpanoh
Boy era un homenaje a los grandes personajes del pasado, como Al-Beruny, autor
de un mapa del mundo que reflejaba un territorio donde se ignoraba a Europa,
lugar marginal en aquella época. Era el mundo musulmán el que prevalecía, el
eje de la historia. También homenajeaban a Al-Jorezm, el descubridor de los
algoritmos.
La Edad Media fue el momento
álgido del poder y la cultura del islam. Los árabes fueron conquistando
territorios y paulatinamente los fueron convirtiendo a la nueva fe del profeta
Mahoma. La conquista llevó consigo también la asimilación de la cultura de los
pueblos conquistados y la propagación de ese saber desde oriente hasta
occidente. Asia central y Transoxiana no fueron ajenos a ese fenómeno.
Al-Jorezm o Al Juarismi nació en
Jiva hacia el 780 y murió en Bagdad hacia el 850, donde estudió y trabajó
durante muchos años en la Casa de la Sabiduría que había patrocinado el califa
abasí Al-Mamun. Álgebra, guarismo o algoritmo proceden de su nombre. Fue el
introductor del sistema de numeración que actualmente utilizamos, el arábigo.
Por aquella época, occidente
estaba sumido en la oscuridad mientras que las ciencias se desarrollaban en
oriente. Nuestro país también se vio favorecido de ese saber a través de la
conquista árabe y los ocho siglos de historia de Al-Ándalus. Científicos andalusíes
se desplazaron a Asia y otros encontraron acogida en la península ibérica.
Los musulmanes fusionaron el
conocimiento de los griegos con él en la India y lo prolongaron con un
desarrollo que tuvo como factor favorable el trabajo conjunto de un grupo de
sabios que coincidieron en un mismo lugar e intercambiaron su saber. Ese fue el
caso de Al-Jorezm, matemático, astrónomo y geógrafo.
Saltamos a la segunda mitad del
siglo X. En el año 973 nace en Kath, en Jorezm, el matemático, astrónomo,
físico, filósofo, viajero, historiador y farmacéutico (copio la relación de
méritos de Wikipedia) Al-Biruni. Murió en 1048. En el 980 nació Ibn Sina,
Avicena, en Bujara, concretamente en Afshona, el más eminente de los médicos.
Ambos mantuvieron una estrecha relación epistolar que les permitió compartir
pareceres científicos. Por aquella época el sabio abarcaba todas las materias y
era tan buen astrónomo como conocedor y comentarista del Corán, calculaba el
radio de la esfera terrestre, como fue el caso de Al-Jorezm (con un error
inferior al 1%), para después escribir un tratado de óptica o dedicarse a las
meditaciones filosóficas, como los personajes de nuestro Renacimiento.
No tuvieron una vida fácil.
Habitualmente se vincularon con un gran señor y formaban parte de su corte, con
todos los privilegios pero también con todos los problemas que implicaba. Al
Biruni acompañó a Mahmud de Gazni en sus campañas contra la India, lo que dio
lugar a su libro Crónica de la India.
Parece que fue parte del “botín” de Mahmud al conquistar Bagdad.
Es curioso: a la mayoría de esos
sabios musulmanes les han dedicado un cráter en la luna y un asteroide.
En otras salas aparecían
representaciones, objetos y cuadros relacionados con el zoroastrismo. Nos
habíamos familiarizado con Ahura Mazda y Angra Mainlu, la sabiduría y su
principio antitético, el espíritu hostil, las torres de fuego, su influencia en
el arte y en el gobierno. Lo que descubrí poco después del viaje fue la
vinculación de los reyes magos con esa religión.
En las clases de religión del
colegio nos explicaron que aquella epifanía de los gentiles no había sido de
poderosos reyes. La adoración de los magos, que había dado origen a nuestra
tradicional festividad del 6 de enero, se relacionaba con sabios, con hombres
que sabían interpretar las estrellas. Aquellos magos podían ser sacerdotes
zoroastrianos, como señalaba William Dalrimple en su libro Tras las huellas de Marco Polo, al interpretar un pasaje del libro
del comerciante y viajero veneciano.
Al regresar a Madrid busqué esa
referencia en la Biblia, concretamente, en el Evangelio de San Mateo, capítulo
2, versículos 1 al 12. No aparecía en ninguno de los otros evangelios. La
referencia a la observación de las estrellas –“porque vimos su estrella en el Oriente
y venimos a adorarle”- junto con la referencia de su viaje desde el este
abonaba esa idea. El escritor británico también vinculaba a los magos con los
sacerdotes de Zoroastro por la interpretación que realizaba sobre los regalos
ofrecidos: oro, incienso y mirra.
En la web www.adelantelafe.com el
término mago era “nombre de excelencia y grandeza, designaba entre los persas,
caldeos y medos a unos hombres de raza sacerdotal, sabios, filósofos, que
cultivaban la medicina y la astrología, consejeros de los reyes, ministros del
culto, maestros de religión…” Se consideraba que eran persas “ya que de este
país era originaria la casta de los Magos”. Parece que se estableció su número
en tres por los bienes que ofrecían y por considerar la leyenda que eran los
representantes de las tres grandes razas humanas: Sem, Cam y Jefet. Aquellos
magos se desplazaban desde Oriente conocedores de que vendría el Mesías, un
gran rey de Judá que sometería al mundo. Por cierto, el profeta Daniel fue
denominado en Babilonia “príncipe de los Magos (Daniel 5, I, 1).
Siempre me llamaron la atención los
tres presentes u ofrendas, que luego se tomarían como base para nuestra
tradición de regalar en esa fecha. El oro era la riqueza material, el metal
regio, también era el oro de la fe y de las buenas obras que ofrecían los
creyentes; el incienso se usaba en honor de la divinidad, que sería la ofrenda
de oración y piedad; la mirra se utilizaba para embalsamar a los cadáveres en Oriente
y simbolizaría la mortificación de la carne y la castidad.
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