Ayer vi un alfarero en el
bazar
pisoteando una pieza de
barro
y aquel barro a su modo
decía:
como tú he sido, actúa
con cuidado.
Rubai de Omar Jayyam.
Nos internamos por las
callejuelas del bazar cubierto, en el oeste. A esta hora de la tarde cercana a
la noche estaba muy activo. El calor era aguantable. Fuimos visitando diversos
puestos y tiendas de artesanos de oficios tradicionales. Los miniaturistas
habían mantenido una tradición singular, más aún tomando en consideración que
los musulmanes no pueden representar la figura humana. Ese aspecto parecía
claramente olvidado.
Hubiera sido un lugar ideal para
realizar parte de las compras para los regalos de la familia. Sin embargo, confié
en que al día siguiente habría tiempo para ello y no tendría que ir cargado con
los regalos durante la noche. Craso error.
La zona estaba peatonalizada y
organizada en sucesivas plazas con atractivas construcciones de diversos
estilos. Abundaban los cafés donde los visitantes y los locales charlaban y
descansaban arropados por el crepúsculo. Era una hora con encanto, relajante,
la hora azul. Me despreocupé totalmente del trazado. Si hubiera tenido que
regresar sólo me hubiera perdido.
Valejón nos llevó hasta una
plaza y nos indicó varios lugares atractivos para cenar. Mis compañeros habían
oído hablar muy bien del restaurante Dolon, que brindaba unas hermosas vistas
sobre los tejados de la ciudad. La luz del atardecer muy avanzado nos decidió a
quedarnos a cenar en el lugar después de disfrutar de esa hermosa puesta del
sol.
El lugar era un poco más caro
que otros días, 90.000 soms, una “fortuna”
que ascendía a 10 euros, cervezas incluidas. Parte del grupo se dispersó y nos
quedamos Iluminada, Sole, Javier, Ricard y Fernando, que se fue un rato
después. La comida estaba estupenda y nos sentó mucho mejor al contemplar cómo
las cúpulas y los minaretes se iban disolviendo en la noche mientras tomaba su
relevo la iluminación artificial.
Paseamos de vuelta al hotel por
callejuelas sin iluminación. Javier sacó su móvil, conectó una aplicación
similar a Google Maps y nos condujo
por lugares sin apenas iluminación. Pero el premio estaba en algunos monumentos
que quedaban a desmano y que ofrecían sus fachadas con tímidas luces.
Nos sentamos en una de las
terrazas que rodeaban el estanque de nuestra plaza en una de las camas-diván
tan habituales en el país y pedimos un té. Varias familias se habían congregado
para disfrutar de la noche, cenar y bailar al ritmo de un violín eléctrico y
una caja de sonidos que tocaba un músico adolescente. Nos encantó ese ambiente
festivo.
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