Pasó el ayer, no guardes
de él recuerdo.
Por el mañana que no ha
llegado no estés inquieto.
No te apoyes en lo
sucedido ni en lo que fue:
sé alegre, que no se
lleve tu vida el viento.
Rubai de Omar Jayyam.
Tocó madrugar: me levanté a las
6.15 de la mañana. La salida la realizamos a las 7.30. El cansancio se
evidenciaba a primera hora de la mañana. El desayuno fue más silencioso de lo
habitual. Fernando se despidió con efusión del personal del hotel, con el que
había trabado una buena amistad.
En el primer tramo de la
carretera los campos se beneficiaban del agua. Dominaba, cómo no, el algodón,
el causante de la progresiva minoración del caudal de los ríos, especialmente
del Amu Darya, que acabaría en una precipitada extinción en medio del desierto.
La carretera transitaba por las
poblaciones con lentas travesías. De pronto, se redujo a dos carriles, de doble
sentido, y el firme empeoró considerablemente, lo que provocó un avance lento,
penoso. Hacia las 9, aparecieron unas lagunas que pudieran ser afloramientos de
aguas de difícil procedencia. Nos entretuvieron con sus espejuelos naturales al
reflejar el sol. Poco después, la carretera estaba en obras y entramos en el
desierto, zona de arena y matorral bajo que se aferraba al suelo contra la
voluntad del viento. Nos cruzamos con algún camión pero la presencia humana era
casi nula. Nuevamente, un paisaje de vacío.
Cambió la carretera a autovía
pero se mantuvo el paisaje, con alguna construcción esporádica, como
manteniendo las distancias con las siguientes y anteriores.
Efectuamos una parada en lo que
denominaríamos un caravasar moderno, un restaurante adormecido que ofrecía
comida y bebida. Estaban limpiando los servicios cuando llegamos y nos mandaron
a una letrina inmunda. Preferí mear en el campo bajo una torre de comunicación
oxidada y herrumbrosa que probablemente fue antes una torre de extracción de
gas o de petróleo. La parada se nos hizo eterna.
Pusieron algún reportaje, una
pequeña película y aproveché para dormitar en la atonía del desierto tras los
cristales, sumido en la intemporalidad. A ratos, mi mirada se quedaba fija en
un mundo que se movía aunque parecía inmutable. Pensé que las caravanas debían
temer este medio. Cualquier despiste supondría la muerte. En el cielo no pude
encontrar una sola nube. Tampoco era de extrañar ya que ésta fue la tónica
general en la travesía. El horizonte era indefinido por la bruma y la calima. Faltaba
la referencia de las montañas para dar atractivo a aquel paisaje.
Y me entretuve en leer sobre las
distintas religiones que campearon por estas tierras.
0 comments:
Publicar un comentario