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Uzbekistán 44. Bujara. Un espectáculo tradicional y una noche de despedida.



No hay que dejar que la tristeza el corazón consuma,
Ni que hiera un lastre de dolor la hora gozosa.
¿Quién conoce lo oculto y su destino?
Hay que cumplir deseos, gozar de amante y vino.

Rubai de Omar Jayyam.

Desde la plaza regresamos al hotel un poco desperdigados. Hice un tramo con Fernando, que marcó el camino. Como quería realizar unas compras por los bazares nos despedimos y atravesé la zona con cierta celeridad y bastante despiste.


No tuve demasiado tiempo para descansar, aunque me di una ducha, me relajé un poco y me cambié antes de salir a la cercana madrasa Nadir Divanbeji donde disfrutamos de un pequeño recital de música y danzas populares. Se completaba con un desfile de modelos con ropa tradicional, adaptada a nuestros días, de la boutique Ovatsiya. Se alternaba una danza con un desfile. Las modelos fueron las mujeres más hermosas que contemplamos en el viaje. Fernando se enamoró perdidamente de la que parecía la jefa de la troupe.

La madrasa había sido convertida en un restaurante. Buscamos el mejor lugar para seguir la actuación, nos trajeron té, contemplamos el interior del edificio y al grupo de músicos y se inició el espectáculo. La música era agradable y la duración, una hora, muy adecuada.

Al terminar, Valejon nos condujo, casi con la última luz del día, al Char Minar, una pequeña madrasa con cuatro torres que era una de las señas de identidad de la ciudad. Las torres no eran minaretes, como inicialmente podríamos pensar. Aunque estaba cerrada, nuestro guía gestionó nuestra entrada. En el interior no había nada de interés ya que habían instalado una tienda de regalos. Pero subimos a la base de las torres y contemplamos cómo se iba iluminando la ciudad al crepúsculo. Abajo se fue reuniendo parte del grupo que no había venido al concierto.

Cenamos en Old Bukhara, un restaurante muy popular y con una terraza que compartían locales y turistas. Corría el aire y se podía contemplar parte de la plaza principal. Estaba repleta y nos costó encontrar un hueco. Para nuestra desgracia, la brisa tenía menos recorrido sobre nuestra mesa.
Nos acompañó una melodía local. Charlamos animadamente.


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