En las ciudades de
Oriente
se buscan los colores del
pasado
y las sombras del
presente.
De Samarcanda, de Amin Maalouf.
Los 90 km del trayecto que
separaban Samarcanda de Sharkhrisabz (o Shahr-e Sabz, que en tayiko significaba
“ciudad Verde”), no depararon demasiadas novedades en el paisaje de la región.
Los campos estaban bien cultivados, las ramblas secas y los pueblos y ciudades
que atravesamos estaban muy animados. Las mayores concentraciones de vehículos
correspondían con esas atípicas estaciones que eran las agrupaciones de taxis o
camionetas compartidas, las marshruktas,
una alternativa bastante viable de transporte. El avance fue lento y tardamos
casi dos horas en alcanzar la ciudad.
El campo de Uzbekistán estaba
cambiando. El algodón estaba en recesión y su lugar lo ocupaban los árboles
frutales. Valejon comentó que uno de los productos estrella eran las cerezas,
que exportaban a varios países, siendo el principal Rusia. Por otra parte,
importaban piñas, plátanos y patatas de Pakistán.
Pasamos por una amplia zona de
cultivos. La montaña quedaba a nuestra izquierda. En cuanto aparecía el agua,
el desierto se transformaba en un vergel. Saltamos canales de diversa amplitud
que, sin duda, eran fuentes de vida. Pasamos al río Dangom (o algo parecido),
llegamos a Nurobod y contemplamos una carretera que no llevaba a ninguna parte.
Las ramblas secas se habían olvidado de lo que era una gota de agua. Un
mercado, una argumentación de gente, chevrolets
nuevos, ladas antiguos. Otros
poblados, milagros que eran vergeles nacidos del agua. Las mujeres vestían una
especie de kurta pajama como las de
la India. Las de edad intermedia iban con vestidos largos con florecillas.
Los embajadores alcanzaron la
ciudad de Kesh (Quex en el relato), el 28 de agosto de 1404. Era la ciudad
donde había nacido Tamerlán, aunque realmente lo hiciera a pocos kilómetros, en
la aldea de Hoja Ilghar. Se trataba de la moderna Sharkhrisabz.
Leí que la ciudad tenía 2.700
años de antigüedad. La antigua Nautaca, posteriormente bautizada como Dilkesh,
la de corazón agradable, de donde procedía su nombre medieval, Kesh, o Qubbat
al-eleem va al-adab, cúpula de las ciencias y la educación, gozaba de una
amplia historia. En este lugar Ptolomeo capturó a Artajerjes, lo que supuso el
final de la dinastía Aqueménida. Fue también lugar de descanso de Alejandro
Magno en el invierno del 328-327 a.C. En la posterior campaña contra los
bactrianos consiguió el premio adicional de la hermosa Roxana. La zona fue
escenario de una gran resistencia a la invasión árabe.
La descripción que refleja
Clavijo es difícilmente imaginable al contemplar la actual ciudad, que estaba
ubicada en una zona llana y fértil:
“…la
cual ciudad estaba en un llano y por todas partes de ella le pasaba muchos
arroyos y acequias de agua y habían muchas huertas y casas alrededor de ella…y
por estos llanos había muchos panes sembrados que se regaban, muchas viñas y
muchos algodones y melonares, y muy grandes arboledas de frutales: y esta
ciudad era cercada de muro de tierra, y había cavas muy hondas, y a las puertas
puentes levadizas”.
Este era el lugar elegido por
Tamerlán para que reposaran sus restos al morir. Allí estaba enterrado su hijo
Jahangir y su padre y su intención fue la de crear un panteón familiar acorde
con su poderío, como reflejaba Clavijo:
… y en
esta ciudad había grandes edificios de casas y mezquitas, señaladamente había
una gran mezquita que el Tamurbec mandó hacer para sí, para que se enterrase, y
aún no era acabada… Y otrosí estaba en esta mezquita enterrado el hijo primero
que el Tamurbec tuviera, que había nombre Ianguir (Jahangir): y esta mezquita y
capillas era muy rica y muy bien obrada de oro y de azul y de azulejos; y en
ella está un gran corral con árboles y albercas de agua y en esta mezquita
hacía el señor dar de cada día veinte carneros cocidos por el alma de su padre
y de su hijo que allí yacían.
El mayor atractivo de la ciudad
consistía en el monumental palacio de verano de Tamerlán: el palacio Aksaray
(palacio blanco o bello). Debió estar rodeado de una muralla similar a la que
se conservaba en la actualidad, de color adobe y fuertes torres circulares. Ese
elemento daba grandiosidad al complejo. Desgraciadamente, sólo se conservaba
parcialmente el pishtak o pórtico.
Eran dos gigantescos pilares que debías prolongar con la imaginación hacia el
cielo y uno hacia el otro para reconstruirlo. Esa simulación era más exacta con
la reproducción fiel que había realizado un pintor local que había fabricado
una maqueta completa reponiendo todos los azulejos que ahora faltaban. Sin
embargo, en peor estado se encontraba hace casi un siglo, como también
comprobamos en unas fotos antiguas. El pórtico alcanzaba una altura de más de
40 metros, con una envergadura de arco de unos 22 metros. Las pilastras
angulares eran colosales. En el pórtico había una interesante inscripción: “si
dudas de nuestro poder, mira entonces nuestros edificios”.
Tamerlán necesitaba legitimarse
y optó por la grandiosidad de las construcciones que dirigió durante su
mandato, como hicieron otros dirigentes en similares circunstancias a lo largo
de la historia. Tardaron 25 años en completarlo.
Clavijo y los Embajadores
también visitaron el palacio, que estaba construyendo el gran señor desde hacía
dos décadas y que les dejó muy impresionados:
Y otro día
viernes llevaron a los dichos Embajadores a ver unos grandes palacios que el
Señor mandaba hacer, que decían que hacía veinte años que laboraba en ellos de
cada día, y aún hoy labraban en ellos muchos maestros; y estos palacios habían
una entrada luenga, y una portada muy alta, y luego en la entrada estaban a la
mano derecha y a la siniestra arcos de ladrillo cubiertos de azulejos hechos a
muchos lazos; y so estos arcos estaban unas como cámaras pequeñas sin puertas,
y el suelo cubierto de azulejos; y esto era hecho para que se sentasen las
gentes, cuando allí estuviese el Señor. Y luego de esto estaba otra puerta, y
delante de ella estaba un gran corral enlosado de losas blancas, y cercado todo
de portales de obra bien rica, y en medio de este corral estaba una gran
alberca de agua y este corral era bien trescientos pasos en ancho: y de este
corral se entraba a un grande cuerpo de casas, en el cual había una portada muy
alta y muy ancha, y labrada de oro y de azul y de azulejos, de una obra bien
hermosa: y encima de la portada en medio de ella estaba figurado un león metido
en un sol; otrosí a los cabos otro tal figurado, y éstas eran las armas del
señor de Samarcante…Y de esta puerta entró luego un recibimiento que era hecho
como cuadra, que había las paredes pintadas de oro y de azul, y alisares de
azulejos, y el cielo era todo dorado: y de aquí llevaron los Embajadores a unos
sobrados, ca toda esta casa era dorada; y allí les mostraron tantas casas de
apartamentos, que sería luengo de contar: En los cuales había obras de oro y de
azul, y de otras muchas colores hechas a muchas maravillas; y para dentro en
París, donde son los maestros sutiles, sería hermosa obra de ver. Y que les
mostraron cámaras y apartamientos que el Señor tenía hechas para estar con sus
mujeres, que habían extraña obra y rica, y así en las paredes como en el cielo
y en el suelo; y de estos palacios estaban laborando los maestros de muchas
maneras.
Nos movimos en torno a aquellos
restos y confirmamos su grandiosidad al situarnos en la base, donde recibimos
las explicaciones de Valejon. Parece que en su momento de máximo esplendor
estuvieron adornados con piedras preciosas que brillaban de forma diferente al
avanzar la jornada. En la base, el habitual puesto de recuerdos. Me pregunté si
tendría licencia o algún tipo de permiso para ocupar tan privilegiado lugar.
Nos alejamos, observamos los
restos del suelo original bajo una cobertura de cristal y algunos de los
perímetros de estancias que marcaban con cuadrados de ladrillo. El resto parecía
formar parte del jardín bien cuidado que lo había tapado, algo de lo que se
beneficiaban los lugareños. En esta ocasión, la restauración no había sido
total y faltaban amplios paños de azulejos. Esa zona se correspondía con el
patio y un estanque. El patio estuvo cerrado con un muro de dos pisos con
varias salas y estancias.
Los Shaybánidas causaron su
destrucción en el siglo XVI. Estaban interesados en eliminar cualquier recuerdo
de Tamerlán y sus descendientes. Los restos fueron aprovechados por los lugareños
para construir sus casas.
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