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Uzbekistán 22. Mausoleos, mezquitas, príncipes y jeques.


Aquellos de las tumbas tierra y polvo son ya.
Las partículas todas entre sí se apartaron.
¿De qué vino se trata que hasta el juicio final,
ajenos a nosotros y a los demás quedamos?

Rubai de Omar Jayyam.

Caminamos por la amplia avenida peatonal que dividía un extenso jardín. A ambos lados había una sucesión de edificios iguales de dos plantas, la primera dedicada a vivienda y la baja a tiendas. Muchas estaban vacías. Mostraban cierto nivel económico.
La siguiente parada fue ante una estatua de Tamerlán en majestad. Era el único protagonista de una amplia plaza que individualizaba su poder y que incluso daba cierto respeto a quienes acudían a observarla.

El calor se hacía insoportable y el sol amenazaba con causar un cáncer de piel en cada uno de nosotros. Caminamos un poco más, pasamos la madrasa Chubin, a la izquierda, que había sido reconvertida como museo de Tamerlán o dela ciudad, y realizamos la primera parada del día en un restaurante de uno de aquellos edificios que nos habían llamado la atención. El local estaba vacío y la entrada acumulaba trastos varios, por lo que inicialmente consideramos que estaba abandonado. Sin embargo, el interior estaba lujosamente acondicionado y en el centro (su forma era circular), había un escenario donde previsiblemente amenizaban las veladas de los clientes por la noche. Por supuesto, la comida consistió en sopas varias de primero y brochetas u otros platos de segundo. Como la carta no estaba traducida al inglés, Valejon la fue recitando, la gente preguntó en qué consistía cada cosa, si la carne era de vaca o de cordero, si picaba o podíamos relajarnos en ese aspecto y, con todo ello, formamos un carajal tremendo. Los camareros no se aclaraban. Al final, después de una espera descomunal y del olvido de algún plato, de buenas cervezas frías y de estar medio borrachos, calmamos nuestro apetito. Reunir el dinero fue otro cristo, ya que dar el cambio a cada cual era eterno. Eso sí, disfrutamos del aire acondicionado, que fue un magnífico placer.

Continuamos caminando hacia el sur bajo los portales de los edificios que limitaban el jardín, que parecía eterno. Pasamos la madrasa Koba y la mezquita Absdushukur Agalik. La cúpula del mercado estaba más alejada. Entramos en la tienda de un pintor y charlamos un rato con él sobre algunas de sus creaciones, magníficas. Era continuador de la tradición de miniaturistas del país. Aquí contemplamos la maqueta completa del pórtico del palacio.
El hermoso pórtico de la mezquita Hazreti Imam, del siglo XIX, nos recibió en la primera visita de la tarde. Allí dormitaba de una forma cómica un señor mayor, quizá alguien encargado del cuidado de la mezquita. En un extremo, otro hombre leía con interés, como un ulema o un sabio sufí. Las finas columnas de madera embellecían el pórtico. Ese mismo esquema se repitió en múltiples ocasiones a lo largo del recorrido. El sencillo mimbar estaba en un rincón del patio interior.

Detrás de la mezquita estaba Dor As-Siadat (o Dorus Syadot) la Casa de los Decretos del Profeta o Casa del Poder, con la tumba de Jahangir (muerto en 1376), en la pilastra izquierda, y su hijo Umar Shaij, en la derecha. Se diferenciaba fácilmente por la cúpula en forma de tienda, cónica, que remataba el complejo y que probablemente se debía a artesanos de Jorezm. Hubiera tenido unas dimensiones enormes, de 70 metros de largo por 50 de ancho. La cúpula interior mostraba los ladrillos y una sola pechina con estalactitas. Bajando unas escaleras se llagaba a los restos de la que hubiera sido la tumba de Tamerlán.

Continuamos hacia un complejo religioso denominado Casa de la Meditación o Dorut Tilyovet. Aquí se encontraba el mausoleo del jeque Shamseddin Kulgar (o Shamsitdina Kulola), tutor espiritual de Tamerlán y de su padre Taragay. Dos cúpulas color turquesa marcaban su ubicación. Su tumba estaba en el centro y la decoración interior era de estuco con predominio del blanco y finos adornos muy relajantes. Al lado, una capilla donde estaban enterrados los antepasados de Tamerlán en un entorno también hermoso. Se trataba del mausoleo Gumbazi Seyidan o Cúpula de los timúridas. En el lugar hubo también un janaka, un lugar de reunión para los sufíes, lo que parecía confirmar que la zona fue de un especial valor místico.


La mezquita Kok Gumbas (o Kuk-Gumbaz, cúpula azul) se debía al nieto de Tamerlán, Ulug Beg, quien en 1437 aprovechó el solar de la mezquita antigua para construir una nueva mezquita del viernes. Era el perfecto complemento a los mausoleos de los timuríes y místicos. La sala de oración, a la que se accedía por una baja galería, estaba ricamente decorada con una gran variedad de motivos geométricos, vegetales y caligráficos. Disfruté de ella en soledad.


En el patio que precedía la mezquita esperaban mis compañeros a la sombra de los árboles. Se acercó un vendedor y le compré lo más parecido a un gorro típico de los lugareños, que me puse en sustitución de la gorra, para deleite y risas de mis compañeros.
Dejamos nuestro vehículo aparcado junto a la mezquita ya que subiríamos a Langar en otro autobús. Nos acercaron a un hotel para ir a los servicios y allí encontramos fotos antiguas de la ciudad que mostraban un estado de los monumentos muy deteriorado. Nuevamente, las rehabilitaciones, quizá excesivas, habían devuelto el esplendor a los monumentos.

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