Los que galoparon por el
desierto de las causas,
sin considerarlas,
realizaron todas las tareas
y exponen hoy un nuevo
pretexto.
Mañana será el resultado
de lo que hoy han hecho.
Rubai de Omar
Jayyam.
La plaza Registán es uno de esos
lugares en el mundo que merece un viaje por sí solo. Sin duda, es el emblema de
Samarcanda y esta ciudad es uno de los grandes atractivos para visitar
Uzbekistán. Si alguien quiere impresionarte con una sola imagen de Uzbekistán,
lo hará con una de esta plaza. Quizá por esa circunstancia andábamos todos un
poco revolucionados a la espera de contemplar con calma la plaza y sus tres
madrasas. La visita nocturna había abierto nuestro apetito y ahora se había
convertido en hambre ansiosa.
El autobús nos dejó a pocos
minutos. Desde un parque bien cuidado observamos un lateral de una de las
construcciones, una cúpula turquesa, un pishtak
de costado y un alminar. Creo que todos animamos el paso, aún a costa de
acelerar en exceso la digestión al calor del inicio de la tarde.
Seguimos uno de los laterales de
una de las madrasas. Estaba cubierta de azulejos. Las ventanas con celosías
rompían la uniformidad del diseño geométrico que repetía como mantra los nombres
de Alá y de Mahoma. Al girar la esquina, el muro se prolongaba mucho más hasta
un alminar, se interrumpía por el hueco de la plaza y seguía desde otra torre.
El conjunto era inmenso y de una gran hermosura.
La plaza era lo suficientemente
grande como para que no hubiera apreturas. Los grupos de visitantes se
distribuían sin problemas. Buscaban preferentemente la sombra, algo fácil por
la majestuosidad de los edificios. Esa espaciosidad aumentaba la grandeza y
teatralidad del conjunto. Evitaba las construcciones anexas que le restaran
protagonismo.
La madrasa era una de las
grandes instituciones de Asia central. Los soberanos dejaban su impronta para
la posteridad en escuelas coránicas que, con el paso del tiempo, fueron
evolucionando hacia instituciones de enseñanza más completa en que se impartían
otras materias, como matemáticas o astronomía. Se había tomado el modelo de los
monasterios budistas y en el siglo XI habían incorporado esas nuevas materias.
Las tres madrasas armonizan
perfectamente, aunque eran de diferentes épocas. La más antigua era la de Ulug
Beg, el Sultán Astrónomo, construida entre 1417 y 1420. Durante mucho tiempo
fue el centro de educación islámica más importante y prestigioso de Asia
central. Aquí se formaban o investigaban los científicos que desarrollaban sus
funciones en el observatorio y en otras instituciones preocupadas por el saber.
La segunda, la Sher Dor (o Shir
Dar), o del León, estaba frente a la de Ulug Beg y fue construida entre 1619 y
1636 a instancias del emir Astrajánida Yalangtush. Era fácil de diferenciar
porque en el pórtico aparecían dos leones dorados con dos soless como rostros.
Seguía las trazas de la anterior.
La tercera, la que estaba entre
ambas, la Tillia Kari, o Dorada, fue erigida entre 1646 y 1660 sobre el solar
que ocupaba anteriormente un caravasar. A los lados del pishtak las salas presentaban dos arquerías superpuestas, una
diferencia respecto de las otras dos.
Merecía la pena quedarse en la
plaza y paladear las fachadas, armonizar las mismas y dejar que penetraran las
sensaciones. Cada elemento transmitía una sensación, un momento que debía
permanecer en nosotros. Podías hacer todas las fotos que quisieras para que en
el futuro te recordaran ese momento.
“Los sucesores de Timur -leí en El islam. Arte y arquitectura- que
reinaban en Herat y Samarcanda, consiguieron menos victorias y acumularon menos
botines, pero tenían evidentemente más gusto”. Quizá por ello impusieron “sus
equilibradas proporciones y la exquisitez de sus ornatos interiores y
exteriores -continuaba. En el revestimiento de las fachadas domina el mosaico
de fayenza (a veces con piezas insertadas de mármol talladas), mientras que el
gusto por el dorado desaparece de la pintura mural y la ornamentación se vuelve
mucho más distinguida”. La pompa y la suntuosidad de un poder ilimitado daba
paso a la sofisticación y a la prolongación de la fusión de tradiciones y
escuelas artísticas que conformaron el estilo timurí.
Por supuesto, el pórtico era
espectacular. El inmenso arco del pishtak
acogía otro más pequeño en el centro con dos arcos superpuestos a los lados con
una decoración exquisita. Penetramos al interior. En las esquinas del patio
central estaban las aulas principales o dars
khonas, cubiertas por cúpulas. En el perímetro, las habitaciones para
eruditos y estudiantes, las khujras,
que asomaban sus arcos superpuestos a un tranquilo espacio cuadrado con varios
árboles, como para otorgar a los visitantes un lugar donde descansar. En el
centro de cada lado, los altos pórticos. Muchas de las estancias habían sido
reconvertidas en tiendas o talleres de artesanos, lo que restaba parte de su
atractivo intrínseco y que impedía hacerse una idea del tránsito de eruditos
por las salas. Al fondo, una sala alargada que debió ser la mezquita y que
ahora albergaba un museo en honor del Sultán Astrónomo. Delgadas columnas de
madera sobre basas de piedra sustentaban el techo, del mismo material.
La Shir Dar, la que representaba
en su pórtico leonés o quizá tigres, acompañados de gamos y un sol muy humano,
fue construida sobre un janaka o
lugar de reunión de sufíes que erigió Ulug Beg y que se encontraba en estado
ruinoso en época de Yalangtush. Su objetivo era imitar la madrasa de Ulug Beg e
intentar superarla (todo hay que decirlo, sin éxito), por lo que su estructura
era muy similar, salvo en algunos detalles.
La madrasa Tillia Kari, o la trabajada con oro, ocupó el lugar de
un antiguo caravasar o posada para comerciantes, construcción que daba servicio
a la plaza que fue utilizada mucho tiempo como un mercado. Su patio era
rectangular y su entrada principal estaba en el lateral, en vez de en el mismo
eje de la mezquita, en el centro del muro oriental.
Su elemento más destacado era,
sin duda, su mezquita del viernes, cuyo interior estaba cubierto de dorado
sobre azul. La iluminación artificial hacía brillar con intensidad esa
decoración.
Leí que la cúpula sobre la sala
principal de la madrasa era reciente y que estuvo sin cubrir ese espacio
durante 300 años. Mi impresión era que todo armonizaba perfectamente.
Registán es un resumen del poder
de esta ciudad y de la comunidad que ha habitado este territorio durante
siglos. Es cultura, es saber, es historia, es seña de identidad que abarca un
largo espacio de tiempo. Este país se mira en Registán para recuperar su
orgullo y para prolongar su esplendor pasado en nuestros días. Por eso, el
espacio se combina con la arquitectura, el arte con la religión, el mercado que
canalizó el comercio con el impulso del turismo del presente que le devuelve la
vida, el dinero y la satisfacción. Ese compendio tiene que permanecer en el
tiempo. De no ser así desaparecerá la personalidad intrínseca de Transoxiana,
de la fusión de razas, culturas y credos que siempre coexistieron en estos
lugares.
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