Si por un instante la
forma de la naturaleza se ajusta a ti,
vive alegre aunque alguna
injusticia te alcance.
Sé con los sabios, que el
origen de tu cuerpo
aliento es y polvo y
brisa y viento.
Leí este rubai en la primera mañana en territorio uzbeko, en el hotel Uzbekistán
de Tashkent, aunque lo transcribí por la noche en el hotel de Samarcanda.
Después de una breve reflexión concluí que la naturaleza se había ajustado a mí,
había sido generosa, me había ofrecido una hermosa jornada en compañía de un
grupo agradable de gente. Sin injusticias, con la lógica presencia del
cansancio, de un calor demoledor (menos mal que seco) y un traslado de la
capital a la ciudad de Tamerlán que me había dejado el cuerpo baldado. Pero
esos eran inconvenientes menores que mi cuerpo, que era aliento, polvo, brisa y
viento, como establecía el poema del poeta persa Omar Jayyam, que vivió tiempos
felices y desgraciados en las ciudades de Uzbekistán, podía acoger sin
problemas. Era un mensaje de sabiduría.
Aún un poco convulsionado por el
ajetreo de la llegada, bajé al inmenso salón de baile del hotel para desayunar.
No recuerdo haber desayunado nunca en un lugar similar, que me hacía recordar aquellos
tiempos en que la sala de baile era una discoteca y el desayuno era el remate
de la noche. Desde las mesas hasta la comida casi había que organizar una
excursión. Por eso, compartí mesa con Luisa y Jordi, una pareja de edad similar
a la mía y muy agradables, que se habían situado en un lugar estratégico, como
lo hubieran hecho los mercaderes sogdianos en la antigüedad.
Después de varios paseos hasta
las viandas (que computé como ejercicio de cardio, para satisfacción de mi
cuerpo), y de completar mi aseo, bajé con mi maleta y me uní al grupo para una
maniobra de cambio de moneda que fue más complicada de lo que debiera ser. Las
empleadas parecían haberse acantonado en el interior de la oficina de cambio,
que debería abrir a las 9.30, y cualquiera diría que se negaban a abrir, con lo
que provocaron un atasco considerable. El cambio fue excelente: 452.000 soms, la moneda local, por 50 euros. Con
aquel fajo de billetes con una gomita, con el que parecía un narco después de
cobrar sus beneficios, me sentía un hombre inmensamente rico.
La embajada de Clavijo nunca
estuvo en Tashkent, la Ciudad de Piedra, que tal era su significado, que le
adjudicaron los Karajanidas. Para alcanzar Samarkanda cruzaron Persia, el
actual Turkmenistán y la región uzbeka de Jorezm. Para principios del siglo XV,
el tiempo de la embajada, la ciudad tenía una antigüedad cercana a los dos mil
años. En el siglo II a. C. gozaba de una denominación muy poética: los Mil
Árboles de Albaricoque (Ming-Uruk). Fue capital de verano del reino Kangjiu,
según algunas fuentes, y llegó a conformar un conglomerado de treinta pueblos
que se beneficiaron de un sistema de irrigación de cincuenta canales
alimentados por el cercano río Syr Daria.
El hotel Uzbekistán, un inmenso
edificio que recordaba a la arquitectura soviética, se ubicaba en lo que
podríamos asimilar al centro de la ciudad, en la plaza Amir Temur, la de
Tamerlán. Eso nos permitió explorar la zona gubernamental de la capital desde
el bus. La primera impresión era que se trataba de una ciudad nueva, de
avenidas amplias y sobrios bulevares, con muchos jardines y parques, y unos
edificios enormes, quizá algo pretenciosos. En 1966 sufrió un terremoto que
destruyó una parte importante de la ciudad y que obligó a reconstruirla en el
estilo de la época, el soviético, y un urbanismo razonable. Si Uzbekistán quería
mostrar una imagen de pulcritud, progreso y pujanza, lo conseguía con esta
primera aproximación desde su capital. El tráfico era bastante asimilable,
abundaban los comercios y los restaurantes. Contaba con más de dos millones de
habitantes y durante la época soviética llegó a ser la cuarta ciudad de la
URSS.
Salimos a la avenida Navoi,
dedicada a un insigne poeta de la segunda mitad del siglo XV (Alisher Navoi) que
escribía en turcomano y que en casi todas las ciudades era recordado con una
calle, un parque u otro lugar dedicado a su memoria. En la capital se
encontraba su museo literario. A la altura del bazar o mercado Chorsu giramos
hacia el norte y alcanzamos la plaza y el complejo Jast Imom. Se trataba del
nuevo centro religioso oficial del país, según había leído en la guía. Los
edificios estaban impecables tras la renovación de 2010.
Carlos, describiendo eres una fiera. Seguiré religiosamente tu diario de a bordo.
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