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Uzbekistán 3. Primera aproximación a Tashkent, la Ciudad de Piedra.


Si por un instante la forma de la naturaleza se ajusta a ti,
vive alegre aunque alguna injusticia te alcance.
Sé con los sabios, que el origen de tu cuerpo
aliento es y polvo y brisa y viento.

Leí este rubai en la primera mañana en territorio uzbeko, en el hotel Uzbekistán de Tashkent, aunque lo transcribí por la noche en el hotel de Samarcanda. Después de una breve reflexión concluí que la naturaleza se había ajustado a mí, había sido generosa, me había ofrecido una hermosa jornada en compañía de un grupo agradable de gente. Sin injusticias, con la lógica presencia del cansancio, de un calor demoledor (menos mal que seco) y un traslado de la capital a la ciudad de Tamerlán que me había dejado el cuerpo baldado. Pero esos eran inconvenientes menores que mi cuerpo, que era aliento, polvo, brisa y viento, como establecía el poema del poeta persa Omar Jayyam, que vivió tiempos felices y desgraciados en las ciudades de Uzbekistán, podía acoger sin problemas. Era un mensaje de sabiduría.
Aún un poco convulsionado por el ajetreo de la llegada, bajé al inmenso salón de baile del hotel para desayunar. No recuerdo haber desayunado nunca en un lugar similar, que me hacía recordar aquellos tiempos en que la sala de baile era una discoteca y el desayuno era el remate de la noche. Desde las mesas hasta la comida casi había que organizar una excursión. Por eso, compartí mesa con Luisa y Jordi, una pareja de edad similar a la mía y muy agradables, que se habían situado en un lugar estratégico, como lo hubieran hecho los mercaderes sogdianos en la antigüedad.
Después de varios paseos hasta las viandas (que computé como ejercicio de cardio, para satisfacción de mi cuerpo), y de completar mi aseo, bajé con mi maleta y me uní al grupo para una maniobra de cambio de moneda que fue más complicada de lo que debiera ser. Las empleadas parecían haberse acantonado en el interior de la oficina de cambio, que debería abrir a las 9.30, y cualquiera diría que se negaban a abrir, con lo que provocaron un atasco considerable. El cambio fue excelente: 452.000 soms, la moneda local, por 50 euros. Con aquel fajo de billetes con una gomita, con el que parecía un narco después de cobrar sus beneficios, me sentía un hombre inmensamente rico.

La embajada de Clavijo nunca estuvo en Tashkent, la Ciudad de Piedra, que tal era su significado, que le adjudicaron los Karajanidas. Para alcanzar Samarkanda cruzaron Persia, el actual Turkmenistán y la región uzbeka de Jorezm. Para principios del siglo XV, el tiempo de la embajada, la ciudad tenía una antigüedad cercana a los dos mil años. En el siglo II a. C. gozaba de una denominación muy poética: los Mil Árboles de Albaricoque (Ming-Uruk). Fue capital de verano del reino Kangjiu, según algunas fuentes, y llegó a conformar un conglomerado de treinta pueblos que se beneficiaron de un sistema de irrigación de cincuenta canales alimentados por el cercano río Syr Daria.
El hotel Uzbekistán, un inmenso edificio que recordaba a la arquitectura soviética, se ubicaba en lo que podríamos asimilar al centro de la ciudad, en la plaza Amir Temur, la de Tamerlán. Eso nos permitió explorar la zona gubernamental de la capital desde el bus. La primera impresión era que se trataba de una ciudad nueva, de avenidas amplias y sobrios bulevares, con muchos jardines y parques, y unos edificios enormes, quizá algo pretenciosos. En 1966 sufrió un terremoto que destruyó una parte importante de la ciudad y que obligó a reconstruirla en el estilo de la época, el soviético, y un urbanismo razonable. Si Uzbekistán quería mostrar una imagen de pulcritud, progreso y pujanza, lo conseguía con esta primera aproximación desde su capital. El tráfico era bastante asimilable, abundaban los comercios y los restaurantes. Contaba con más de dos millones de habitantes y durante la época soviética llegó a ser la cuarta ciudad de la URSS.

Salimos a la avenida Navoi, dedicada a un insigne poeta de la segunda mitad del siglo XV (Alisher Navoi) que escribía en turcomano y que en casi todas las ciudades era recordado con una calle, un parque u otro lugar dedicado a su memoria. En la capital se encontraba su museo literario. A la altura del bazar o mercado Chorsu giramos hacia el norte y alcanzamos la plaza y el complejo Jast Imom. Se trataba del nuevo centro religioso oficial del país, según había leído en la guía. Los edificios estaban impecables tras la renovación de 2010.

1 comentario:

  1. Carlos, describiendo eres una fiera. Seguiré religiosamente tu diario de a bordo.

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