Al salir del bazar Chorsu nos
dirigimos a la boca de metro del mismo nombre, de la línea azul, la número dos.
Los uzbekos estaban orgullosos
de su metro. Fue el único en Asia central hasta la inauguración del metro de Almaty, en Kazajistán. No era tan espectacular
como el de Moscú ni tan moderno y práctico como el de Madrid, pero era una
curiosidad que había que probar.
Iniciado en 1968, dos años
después del terrorífico terremoto que destruyó la ciudad, fue inaugurado en
1977, con motivo del sesenta aniversario de la revolución bolchevique. La línea
tres, la Yunusobod, fue inaugurada tras la independencia. Estaba prevista la
construcción de la cuarta.
En su ejecución tuvieron que
enfrentarse a algunos problemas estructurales importantes, como los ríos y
aguas subterráneos. Además, había que tomar en consideración los seísmos, por
lo que la obra fue ejecutada para que resistiera temblores de hasta nueve
grados en la escala Richter. Podría ser utilizada como refugio en caso de un conflicto
o un bombardeo. Por todo ello, se consideraba una instalación militar y, en
principio, estaba prohibido realizar fotos en su interior, algo que advertía
tanto la guía como los blogs, pero que pertenecía al pasado. Tras los atentados
islamistas de febrero de 1999, en que murieron varias personas, se había
reforzado el control aunque ya no patrullaba ni el ejército ni la policía. Los
controles a los que se referían habían desaparecido y nadie nos impidió sacar
fotos en las galerías, los andenes o los trenes.
El precio del billete era
irrisorio: 1.200 soms, unos 15
céntimos de euro. Valejon compró unas fichas azules de plástico, bastante
usadas y con pinta de ser de la época soviética, y nos lanzamos escaleras mecánicas
abajo. Aunque algo envejecido, estaba muy limpio y se habían esforzado en dar
una buena imagen. En su momento, encargaron la decoración a diversos artistas
locales. Cada estación era diferente. Habían utilizado preferentemente mármol y
granito.
Esperamos pacientemente el tren.
Las frecuencias eran buenas, como comprobamos. En cada estación había una
empleada de falda azul y gorrito rojo, bastante gracioso, por cierto. No
encontramos ningún hombre que realizara esta función de velar por el orden.
El metro era una buena
alternativa de transporte para la mayoría de las personas de la ciudad. No
habíamos circulado en hora punta pero el tráfico de esta ciudad de más de dos
millones de personas era bastante razonable y quizá se debiera en parte a esta
infraestructura, que tampoco iba llena aunque sí con bastante gente de clase
media. Como en otros metros del mundo, iban silenciosos y sumidos en sus
pensamientos.
Bajamos en la estación de los
cosmonautas, Kosmonavtlar. Había carteles en caracteres latinos aunque
predominaban en cirílico. No creo que las empleadas supieran inglés y pudieran
dar alguna indicación. Tampoco lo intentamos.
Al realizar un transbordo,
comprobamos que en los túneles había unas enormes y pesadas puertas que podían
convertir las galerías en establecimientos estancos y cumplir con sus medidas
de seguridad. Esperemos que no haya que ponerlas en práctica.
Algunas de las lámparas eran
elegantes, un tanto sucias, y convertían un andén en una decadente sala de
baile subterránea. En otros lugares, las tulipas, nuevamente con bastante
polvo, recordaban los tiempos de su inauguración: una estética trasnochada.
Sin duda, no dejes de visitarlo.
Por lo que lei en The Guardian la prohibición de hacer fotografías prescribió este mismo junio. Aparte de Tashkent, Almaty también dispone de metro en Asia Central. Ya tengo ganas de conocerlo.
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