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Cuando los mitos se asoman al mar 68. Mirando al mar y al final del camino.


 

No queríamos irnos sin dar un breve paseo junto al mar. El lugar elegido fue Santa Lucía.

Nos asomamos a la amplitud de la plaza Plebiscito, elevamos la vista para contemplar el castillo de San Telmo y la Cartuja de San Martino y por via Console bajamos hasta un mirador. Allí esperaba el puerto deportivo y, detrás, sorprendentemente presente, el Vesubio con su nube blanca. A una escultura de un emperador romano le acompañaban las pintadas y unos personajes un poco lamentables.



La bruma había devorado Ischia y Procida. El mar estaba tranquilo y su superficie ligeramente rizada por el viento. Me hubiera gustado seguir hacia Castel dell’Ovo, quizá el origen de la ciudad en tiempos griegos. Ya no era una isla y ahora ofrecía una buena oferta de restaurantes en Borgo Marinaro. Estábamos cansados y pesaba aún más el sentimiento de tener que regresar.



Nos lo tomamos con calma y regresamos a nuestro barrio, Chiaia, por la calle del mismo nombre, que habíamos recorrido por la tarde y por la noche. Al mediodía de una jornada laboral también presentaba un aspecto inmejorable, menos masificada. Las tiendas y los restaurantes estaban más activos. Era la hora de comer y los trabajadores, de traje y corbata, o las mujeres con vestidos elegantes, se sentaban en las mesas, se asomaban a la calle y charlaban.



Bajamos a la plaza de los Mártires, con su columna y sus leones, atravesamos las callejuelas buscando dónde sentarnos a comer. En Antica Latteria, una antigua lechería reconvertida en placentero restaurante de comida casera y sabrosa, almorzamos, bebimos nuestra última cerveza del viaje y descansamos.

Aún hubo tiempo para tomar un capuchino en una terraza observando cómo se desarrollaba la vida de Nápoles por la tarde.

Nápoles y Campania nos habían cautivado.

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