No queríamos irnos sin dar un
breve paseo junto al mar. El lugar elegido fue Santa Lucía.
Nos asomamos a la amplitud de la
plaza Plebiscito, elevamos la vista para contemplar el castillo de San Telmo y
la Cartuja de San Martino y por via
Console bajamos hasta un mirador. Allí esperaba el puerto deportivo y, detrás,
sorprendentemente presente, el Vesubio con su nube blanca. A una escultura de
un emperador romano le acompañaban las pintadas y unos personajes un poco
lamentables.
La bruma había devorado Ischia y
Procida. El mar estaba tranquilo y su superficie ligeramente rizada por el
viento. Me hubiera gustado seguir hacia Castel dell’Ovo, quizá el origen de la
ciudad en tiempos griegos. Ya no era una isla y ahora ofrecía una buena oferta
de restaurantes en Borgo Marinaro. Estábamos cansados y pesaba aún más el
sentimiento de tener que regresar.
Nos lo tomamos con calma y
regresamos a nuestro barrio, Chiaia, por la calle del mismo nombre, que
habíamos recorrido por la tarde y por la noche. Al mediodía de una jornada
laboral también presentaba un aspecto inmejorable, menos masificada. Las
tiendas y los restaurantes estaban más activos. Era la hora de comer y los
trabajadores, de traje y corbata, o las mujeres con vestidos elegantes, se
sentaban en las mesas, se asomaban a la calle y charlaban.
Bajamos a la plaza de los Mártires,
con su columna y sus leones, atravesamos las callejuelas buscando dónde
sentarnos a comer. En Antica Latteria,
una antigua lechería reconvertida en placentero restaurante de comida casera y
sabrosa, almorzamos, bebimos nuestra última cerveza del viaje y descansamos.
Aún hubo tiempo para tomar un capuchino
en una terraza observando cómo se desarrollaba la vida de Nápoles por la tarde.
Nápoles y Campania nos habían
cautivado.

0 comments:
Publicar un comentario