Sicilia regresó a la corona de
Aragón con Martín el Humano en 1409, un año antes de su muerte. Nápoles lo
haría en 1442. Entre ambas fechas se suceden los conflictos y Nápoles se
convierte en campo de batalla y ambición de diversas facciones italianas.
En 1421 será Alfonso el
Magnánimo quien acudirá a la llamada de una facción pro-aragonesa de la corte
napolitana, encabezada por el condottieri
o caudillo Gianni Caracciolo, que quería convertirlo en heredero de la reina
Juana II, en oposición a Luis III de Anjou, que amenazaba su trono. Las
primeras escaramuzas le fueron favorables. Sin embargo, tuvo que abandonar al
perder valedores (Caracciolo, entre ellos) y alzarse el pueblo.
Regresó en 1432. Sus partidarios
habían crecido. Frente a él se alzó una amplia coalición de genoveses,
venecianos, florentinos, milaneses y el Papado al mando del condottieri florentino Filippo Maria
Visconti. Fallecida Juana II en 1435, dejó el trono a Renato I, conde de
Provenza. En la batalla de Ponza, en ese mismo año de 1435, parece quedar
definitivamente vencido. A la derrota naval se unió la captura del rey
aragonés, de sus hermanos Juan y Enrique y de un centenar de varones. Sin
embargo, el rey fue lo suficientemente hábil para negociar con su carcelero,
Visconti, un reparto de Italia. Abrió la lucha contra Renato I y obtuvo el
trono en 1442. Ya como príncipe italiano pretendió heredar a Visconti y
participar en las luchas de Italia como un contrapeso al poder francés. Esa
lucha se trasladó al siglo siguiente. La paz de Lodi, en 1454, establecería un
momentáneo equilibrio de poderes en Italia.
Pero las hostilidades
continuaron. Carlos VIII de Francia ambicionaba el trono de Nápoles. Con la
excusa de disponer de una base para el ataque contra los turcos, penetró en el
reino. En 1495, el Gran Capitán desembarcó en Calabria y repuso a Ferrante II,
en quien abdicara Alfonso II, quien huyó a Sicilia al entrar los franceses. La
victoria de Garellano, en 1503, supondrá la salida de los franceses.
La entrada de los españoles en
la escena del sur de Italia tuvo también otro motivo: el peligro turco. Los
turcos tomaron Otranto en 1480, aunque fue recuperada poco después. Barbarroja
imponía el terror en el Mediterráneo occidental desde su base en Argelia. El
peligro se acrecentó con la caída de Rodas. Hacia 1520 la situación era
insostenible y tuvieron que ser los españoles quienes defendieran Italia y,
especialmente el sur. Durante el siglo XVI creció considerablemente la
población y la prosperidad del sur de Italia, de Nápoles y Sicilia. Hacia 1590,
las obras emprendidas en Palermo por los españoles fueron impresionantes.
Parece que a Nápoles le sentó bien la pertenencia al Imperio Español. Aunque
fueron los italianos los primeros en promover la imperiofobia y la Leyenda
Negra española.
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