Un siglo más tarde llegaron “los
nueve santos romanos”, que fueron recibidos por el rey Ela Amida II. Desde Áxum
se desperdigaron por todo el territorio del reino. Eran los tiempos del rey
Caleb (493-534). El dominio sobre los territorios en el sur de Arabia se había
ido desvaneciendo.
Colonias
judías de esta zona –escribe González Núñez- habían hecho causa común con los
paganos en oposición a los cristianos, a quienes identificaban con los
dominadores de allende el mar. Dhu Novas, un reyezuelo de religión judía,
inició una sangrienta persecución en las ciudades de Zafar y Nagram,
martirizando a centenares de cristianos.
La reacción inmediata llegó
desde Constantinopla por el emperador Justino, quien pidió al rey de Áxum que
interviniera. Ya lo tenía decidido con anterioridad. La campaña fue un éxito y
Dhu Navas aplastado. A su regreso, abdicó en su hijo Guebre Meskel y se retiró
de la vida mundana para convertirse en ermitaño junto a su querido maestro,
Pantaleón, uno de los nueve monjes venidos de Rum, los nueve santos de Roma, de
los que da cuenta Reverte en Dios, el diablo y la aventura:
Dos de
ellos, Pantaleón y Licano, tienen nombres griegos, en tanto que los otros siete
muestran orígenes sirios o armenios: Afsé, Guerima, Guma, Sehma, Alef, Yimata y
Arewagi. Parece ser que la mayoría de estos monjes pudieron ser católicos, pese
a que la Iglesia copta de Alejandría había escapado ya de la obediencia a Roma
tras el concilio de Calcedonia, en el siglo IV. No obstante, hoy se tiene por
cierto que la iglesia etíope no pasó a ser dependiente de la de Alejandría
hasta el siglo VII.
Era curioso que, como una
premonición, en el Salmo 68, versículo 32, se leyera: “Vendrán príncipes de
Egipto,/ y Etiopía se apresurará a presentar sus manos a Dios”. Quien lo
escribió había acertado un pronóstico con varios siglos de adelanto. Etiopía debió
ser durante siglos el objetivo de los avances de las religiones preponderantes
de la zona y ese deseo se recogió en el texto de la Biblia.
0 comments:
Publicar un comentario