Me despierto antes de que suene
el despertador programado para las ocho. Sobre las seis y media los vecinos de
bungalow han iniciado sus maniobras de salida y, aunque no han hablado alto, me
he desvelado. He seguido en la cama por inercia y sin convicción, disfrutando
de mis vacaciones. Sí, soy viajero de vacaciones, de los de ciclo corto e
intenso. En vacaciones mis pulmones respiran de otra forma, más relajada y
acompasada, sin duda más tranquila. Mis cervicales y mi espalda, mis puntos
débiles, responden bien. Me dejo de rollos y elucubraciones y salgo de la cama.
Escribo un rato. Por mucho que lo intento no voy al día. Espero que mi memoria
no me juegue una mala pasada.
Bajo a desayunar pensando que
estaré solo. Sin embargo, soy el último en incorporarme. El servicio se lo toma
con calma y voy degustando lo que en cada momento me traen al vuelo. Converso
con Mar y Alicia. Mar me plantea un tema fiscal que trato de desentrañar. El
sol no tiene oposición alguna en el cielo que es de un azul voluntarioso. Tengo
la sensación de que el tiempo se ha detenido, lo que provoca que tenga que
subir a la habitación con cierta precipitación para lavarme los dientes y
cerrar la maleta. Salimos a las nueve y media.
Miriam nos explica brevemente el
itinerario del día y subimos a la furgoneta alumbrados por la sonrisa de Essa,
nuestro elegante conductor que va hecho un dandy con su camisa y chaqueta. Pone
las maletas en la baca con una habilidad extraordinaria. Las ata bien para que
no siembren la carretera.
En el bus se inicia una
conversación por cada fila de asientos. Se llena del sonido de las palabras, de
vitalidad, de la energía renovada por el descanso. Me abstraigo un poco para
concentrarme en el despliegue urbano que discurre al otro lado de las
ventanillas. La ciudad explota con su actividad.
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