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En Gambia no pasa nada 19. Los pulmones de un viajero en vacaciones.

 


Me despierto antes de que suene el despertador programado para las ocho. Sobre las seis y media los vecinos de bungalow han iniciado sus maniobras de salida y, aunque no han hablado alto, me he desvelado. He seguido en la cama por inercia y sin convicción, disfrutando de mis vacaciones. Sí, soy viajero de vacaciones, de los de ciclo corto e intenso. En vacaciones mis pulmones respiran de otra forma, más relajada y acompasada, sin duda más tranquila. Mis cervicales y mi espalda, mis puntos débiles, responden bien. Me dejo de rollos y elucubraciones y salgo de la cama. Escribo un rato. Por mucho que lo intento no voy al día. Espero que mi memoria no me juegue una mala pasada.

Bajo a desayunar pensando que estaré solo. Sin embargo, soy el último en incorporarme. El servicio se lo toma con calma y voy degustando lo que en cada momento me traen al vuelo. Converso con Mar y Alicia. Mar me plantea un tema fiscal que trato de desentrañar. El sol no tiene oposición alguna en el cielo que es de un azul voluntarioso. Tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido, lo que provoca que tenga que subir a la habitación con cierta precipitación para lavarme los dientes y cerrar la maleta. Salimos a las nueve y media.

Miriam nos explica brevemente el itinerario del día y subimos a la furgoneta alumbrados por la sonrisa de Essa, nuestro elegante conductor que va hecho un dandy con su camisa y chaqueta. Pone las maletas en la baca con una habilidad extraordinaria. Las ata bien para que no siembren la carretera.

En el bus se inicia una conversación por cada fila de asientos. Se llena del sonido de las palabras, de vitalidad, de la energía renovada por el descanso. Me abstraigo un poco para concentrarme en el despliegue urbano que discurre al otro lado de las ventanillas. La ciudad explota con su actividad.

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