Terminé mi recorrido en la balsa
de Cela. Buscaba los restos de villas romanas pero la señalización era
tremendamente mala y no tuve ocasión de localizarlas. Con un poco de intuición,
seguí las indicaciones hasta alcanzar este lugar que estaba rodeado de
restaurantes, varios de ellos cerrados. Me senté en una pizzería con una
terraza orientada a la balsa y tomé una caña con una tapa de pulpo de buen
sabor, aunque un poco duro. Las tapas eran uno de los rituales más arraigados
de la provincia y, sin duda, de mayor aceptación.
Hacía sol, cantaban los pájaros
y sus trinos se mezclaban con las palabras en inglés. Todos los que estaban en
las fuentes eran extranjeros, menos algún español despistado. Incluso, varios
ingleses se bañaban desenfadadamente. Por lo que me comentaron mis alumnos,
había pueblos habitados exclusivamente por ingleses, que se habían instalado
atraídos por el sol y las buenas condiciones de vida. Seguían manteniendo su
estilo de vida alejado del de los pobladores tradicionales del valle. Se habían
adaptado sin ningún problema.
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