Tirana no era una ciudad de
iluminación escandalosa. Como en la plaza, la luz de las calles la aportaban
los locales. Era una iluminación tenue, con buen gusto. Si no hubiera hecho frío
me hubiera dejado absorber por esa luz y me hubiera quedado en alguna terraza.
Eso hubiera garantizado una garganta quejumbrosa al día siguiente.
Me decidí por los locales de la
familia Toptani, en el antiguo castillo. Había gente, aunque no en exceso, en
los exteriores. Para el interior me rechazaron un par de veces hasta que entré
en un local con gente de la ciudad (Shendevere, wine bar & restaurant),
bien puesto, con música agradable. Me situaron en la planta superior. Desde
allí dominaba casi todo el local. Quizá el camarero quiso ponerme en el puesto
de vigía.
Mientras esperaba una
hamburguesa al estilo de la casa probé un vino local de buen cuerpo, con 14
grados, aromas suaves y un color intenso. Había tenido pocas ocasiones de tomar
vino del país y este restaurante era el lugar ideal porque no servían cerveza. Me
mosqueó un poco que me lo trajeran servido. La copa costaba la “escandalosa”
cantidad de 400 leks, unos 4,50 euros. El precio sería similar al de Madrid,
aunque algo más alto, sin duda en mi ciudad. Había cambiado los 15 dólares que
traía y consideré que no necesitaría cambiar más moneda. Me quedaba aquella
cena, la comida del día siguiente y algún café o cerveza que tomara para
descansar o hacer tiempo.
La calle, de regreso, me acogió
silenciosa.
0 comments:
Publicar un comentario