A estas alturas del viaje el
cansancio acumulado no desaparecía tras dormir toda la noche. La habitación era
magnífica y me dio algo de pena no poder utilizarla algo más. Era moderna,
confortable, con un toque acogedor. Me sentí envuelto por su amistad, mecido
por las paredes deseosas de dar un buen servicio al viajero necesitado de un
abrazo.
El sueño había sido parcialmente
reparador y con una buena ducha, cálida, el cuerpo volvía a estar en razonable
buena disposición. El desayuno, variado y abundante, completó el milagro. El
contacto con el resto del grupo de dio el impulso necesario para lanzar mi
ánimo hacia una nueva etapa, sin duda, prometedora y plagada de cosas
interesantes.
El frescor de la mañana impactó
en mi rostro. Todos nos abrigamos bien, como deseosos de hacer uso de nuestras
prendas para el frío. Esa caricia nos despejaba, nos devolvía al mundo de la exploración,
de querer conocer la ciudad. La ciudad tiraba de nosotros, nos salvaba de la
empanada mental que padecíamos. Dorian estudió nuestros rostros y sonrió
mientras daba las primeras explicaciones.
Korça (o Korçë, que significa
colina) era una ciudad de unos 76.000 habitantes (según la guía) construida a
850 metros sobre el nivel del mar, lo que garantizaba un clima mesetario que en
parte recordaría al de Madrid. El cielo no terminaba de abrir, aunque no
amenazaba lluvia. Con eso nos conformábamos. Los cielos grises matizan de
tristeza mi percepción.
Copiamos el trayecto de la noche
anterior. A esa hora temprana no había mucha gente en la calle. Nos la habían
cedido bondadosamente. Korça parecía una urbe tranquila, sin el ajetreo de una
gran ciudad. Las calles eran ordenadas y limpias, las fachadas sobrias y el
ambiente agradable. Predominaban los edificios modernos: un cine, una
instalación de vanguardia, cristal y acero.
La primera visita fue la catedral
de la Resurrección, moderna, de 1994. La antigua iglesia de San Jorge había sido
destruida por el régimen comunista en 1968. Fue financiada por los griegos y
los albaneses que vivían en el extranjero. La flanqueaban dos campanarios y
seguía la estructura tradicional de cúpulas y semi cúpulas en cascada. El
interior estaba cubierto de frescos con los ciclos de pinturas tradicionales.
Estaban en plena celebración y nos quedamos en la entrada. Dorian señaló un San
Jorge vestido con la falda tradicional de la zona, una simpática peculiaridad
para que no dejáramos de otear y explorar todo lo que se ofrecía a nuestra
visión. La iglesia ortodoxa era hermosa y acogedora.
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