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Albania, el país de las águilas 86. Un paseo por Korça.


 

A estas alturas del viaje el cansancio acumulado no desaparecía tras dormir toda la noche. La habitación era magnífica y me dio algo de pena no poder utilizarla algo más. Era moderna, confortable, con un toque acogedor. Me sentí envuelto por su amistad, mecido por las paredes deseosas de dar un buen servicio al viajero necesitado de un abrazo.

El sueño había sido parcialmente reparador y con una buena ducha, cálida, el cuerpo volvía a estar en razonable buena disposición. El desayuno, variado y abundante, completó el milagro. El contacto con el resto del grupo de dio el impulso necesario para lanzar mi ánimo hacia una nueva etapa, sin duda, prometedora y plagada de cosas interesantes.



El frescor de la mañana impactó en mi rostro. Todos nos abrigamos bien, como deseosos de hacer uso de nuestras prendas para el frío. Esa caricia nos despejaba, nos devolvía al mundo de la exploración, de querer conocer la ciudad. La ciudad tiraba de nosotros, nos salvaba de la empanada mental que padecíamos. Dorian estudió nuestros rostros y sonrió mientras daba las primeras explicaciones.

Korça (o Korçë, que significa colina) era una ciudad de unos 76.000 habitantes (según la guía) construida a 850 metros sobre el nivel del mar, lo que garantizaba un clima mesetario que en parte recordaría al de Madrid. El cielo no terminaba de abrir, aunque no amenazaba lluvia. Con eso nos conformábamos. Los cielos grises matizan de tristeza mi percepción.

Copiamos el trayecto de la noche anterior. A esa hora temprana no había mucha gente en la calle. Nos la habían cedido bondadosamente. Korça parecía una urbe tranquila, sin el ajetreo de una gran ciudad. Las calles eran ordenadas y limpias, las fachadas sobrias y el ambiente agradable. Predominaban los edificios modernos: un cine, una instalación de vanguardia, cristal y acero.



La primera visita fue la catedral de la Resurrección, moderna, de 1994. La antigua iglesia de San Jorge había sido destruida por el régimen comunista en 1968. Fue financiada por los griegos y los albaneses que vivían en el extranjero. La flanqueaban dos campanarios y seguía la estructura tradicional de cúpulas y semi cúpulas en cascada. El interior estaba cubierto de frescos con los ciclos de pinturas tradicionales. Estaban en plena celebración y nos quedamos en la entrada. Dorian señaló un San Jorge vestido con la falda tradicional de la zona, una simpática peculiaridad para que no dejáramos de otear y explorar todo lo que se ofrecía a nuestra visión. La iglesia ortodoxa era hermosa y acogedora.

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