La primera población en
territorio canadiense era nuestro destino: White Rock. Nos alegramos de que
Javier eligiera este pueblo, un tradicional lugar de veraneo. Debía su nombre a
una gran roca blanca alojada en una pequeña playa.
El Ocean Promenade Hotel estaba
junto al mar. Era una pena que las vías del ferrocarril cortaran la línea de costa.
Parece que ese terreno lo habían ganado al mar. Al otro lado, junto al mar,
había un estrecho paseo marítimo.
A esa hora de la tarde el sol se
acercaba al mar y lo hacía brillar. Los veraneantes paseaban con la
tranquilidad que exigía el momento. Era un momento relajante que compartimos
con ellos.
El desarrollo que trajo el
ferrocarril un siglo antes se honraba en el museo ubicado en su antigua
estación. El otro orgullo era el muelle de madera que era el más largo de la provincia.
Caminamos durante un buen rato y regresamos por una calle de la parte alta, con
buenas casas.
Aunque llevábamos cosas para
cenar, el pueblo nos sedujo y decidimos cenar en alguno de sus restaurantes. Si
es que nos daban mesa. Eran las ocho y media y en algunos ya no tomaban más
gente. El sábado por la noche era tiempo de cenar fuera de casa.
Nos acomodamos en un restaurante
indio. Nos había sorprendido la cantidad de indios y musulmanes con que nos
habíamos cruzado, muchos sikhs con sus coloridos turbantes. Los platos que
pedimos eran sabrosos, ligeramente picantes y con el acompañamiento de la
cerveza nos hicieron la cena muy agradable.
No había mucho más que hacer y
nos fuimos al hotel. Todos nos pusimos a arreglar nuestras maletas para el día
siguiente.
Nos despertaríamos a las 6. Y el
despertar fue mucho más agitado de lo que hubiéramos querido.
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