El desembarco del crucero se
realizaba en un muelle justo frente al fuerte. Era lo primero con lo que topaba
la vista. Era un conjunto de casitas de madera de colorines que alegró nuestra
vista con la ayuda del sol, que contrastaba con la pertinaz ausencia del día
anterior. Lo único que quedaba del fuerte era una placa que identificaba el
lugar.
En el muelle nos esperaban Randy
y Docky. La primera era nuestra conductora, de pelo corto y rasgos agradables,
una mujer decidida, espontánea que trataba con amabilidad a los turistas. Docky
causaría estragos entre las quinceañeras con sus ricitos rubios y sus ojos
azules. Nos sirvió como guía y nos ilustró sobre los aspectos más interesantes
del lugar. Montamos en el autocar poco menos de cuarenta personas. Arrancó y se
dirigió al Downtown, que podría servir como plató para una película del Oeste,
como ocurría con otras ciudades de nuestro itinerario. Docky nos advirtió de
que la mayoría de las tiendas estaban cerradas y seguían un horario bastante
caótico, excepto dos o tres de ellas. Tras las dos gasolineras terminaba el
pueblo y empezaba la naturaleza. Ese pueblo agrupaba unas dos mil personas.
La carretera de doble sentido
ofrecía un panorama sugerente. Iba encajada entre la montaña y el río, que iba
bastante crecido de caudal, entre gris y marrón. Cada uno tenía su forma de
exhibir su poder y dejar claro su predominio sobre la acción del hombre. Más
allá, otra cadena de montañas de picos esbeltos. Las montañas redondeadas
habían sido configuradas o talladas por los glaciares. Los picos mantuvieron
sus afilados perfiles al quedar por encima de ellos.
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