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Viaje a Alaska y Canadá 83. Entre el atardecer y la noche.

 


Paseamos por el downtown. Nos llamó la atención la gran cantidad de joyerías y tiendas de souvenirs. Lo más curioso eran los bares que retenían el mismo aspecto de los saloons de las películas del oeste. Música en directo, desparrame, alegría frenética, hermanamiento sin condiciones, espontáneo, que en esta tierra no se puede renunciar al calor de nadie. El más famoso era Red Dog Saloon, al que nos asomamos. Comprobamos cómo corría el alcohol y un pedacito de aquel ambiente de entretenimiento y baile que imperó en el pasado y que aún se mantenía.

La lluvia insistía en sus propósitos y nos convenció para regresar. La pertinaz lluvia me trajo a la memoria la letra de una canción de los neozelandeses/australianos Crowded House (compuesta por Neil Finn): Everywhere you go, always take the wheather with you. Así que tomamos nota para la siguiente jornada y nos llevamos en la mochila un tiempo más acorde con nuestro clima Mediterráneo.



José Ramón y Javier se quedaron en la ciudad tomando una de esas cervezas que aprovechaba el agua pura de los glaciares, un poco de marisco y unas sopas.

El atardecer sobre el puente fue muy hermoso. La luz del sol agonizante salvaba el obstáculo de las nubes e impactaba sobre la superficie del mar. Fue una experiencia breve, ligeramente ilusionante que quedó en nuestras retinas.

Cenamos con nuestra familia catalana. Hicimos una larga sobremesa y nos perdimos el espectáculo, que en esta ocasión se había trasladado al Safari club. En el teatro ponían una película de Spiderman. Nos quedamos un rato en los sillones del Safari y bajamos a los camarotes.

Nos asomamos un rato al exterior y recordé una leyenda de los haida que recogía el cuento El cuervo roba la luz. Contaba cómo el Cuervo había robado la luz que tan celosamente guardaba un anciano que se había convertido en su abuelo. Cuando emprendió su huida se encontró de pronto con el Águila y para esquivar sus terribles garras se apartó bruscamente y se le escurrió gran parte de la luz, que cayó al suelo rocoso y se rompió en mil pedazos. Estos rebotaron y regresaron al cielo convirtiéndose en la luna y las estrellas. De esta forma tan poética explicaban los antiguos pobladores la belleza de los cielos que tratamos de ver al salir al frío de la noche.

Comprobamos que los billetes habían sido emitidos correctamente. La previsión de levantarnos a las 6:30 nos animó a acostarnos. Y, digo yo, qué interés tendrá el lector en todo esto. ¡Qué sufrido es el lector!


 

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