Paseamos por el downtown.
Nos llamó la atención la gran cantidad de joyerías y tiendas de souvenirs. Lo
más curioso eran los bares que retenían el mismo aspecto de los saloons de
las películas del oeste. Música en directo, desparrame, alegría frenética,
hermanamiento sin condiciones, espontáneo, que en esta tierra no se puede
renunciar al calor de nadie. El más famoso era Red Dog Saloon, al que nos
asomamos. Comprobamos cómo corría el alcohol y un pedacito de aquel ambiente de
entretenimiento y baile que imperó en el pasado y que aún se mantenía.
La lluvia insistía en sus
propósitos y nos convenció para regresar. La pertinaz lluvia me trajo a la
memoria la letra de una canción de los neozelandeses/australianos Crowded House
(compuesta por Neil Finn): Everywhere you go, always take the wheather with
you. Así que tomamos nota para la siguiente jornada y nos llevamos en la
mochila un tiempo más acorde con nuestro clima Mediterráneo.
José Ramón y Javier se quedaron
en la ciudad tomando una de esas cervezas que aprovechaba el agua pura de los glaciares,
un poco de marisco y unas sopas.
El atardecer sobre el puente fue
muy hermoso. La luz del sol agonizante salvaba el obstáculo de las nubes e
impactaba sobre la superficie del mar. Fue una experiencia breve, ligeramente
ilusionante que quedó en nuestras retinas.
Cenamos con nuestra familia
catalana. Hicimos una larga sobremesa y nos perdimos el espectáculo, que en
esta ocasión se había trasladado al Safari club. En el teatro ponían una
película de Spiderman. Nos quedamos un rato en los sillones del Safari y
bajamos a los camarotes.
Nos asomamos un rato al exterior
y recordé una leyenda de los haida que recogía el cuento El cuervo roba la
luz. Contaba cómo el Cuervo había robado la luz que tan celosamente
guardaba un anciano que se había convertido en su abuelo. Cuando emprendió su
huida se encontró de pronto con el Águila y para esquivar sus terribles garras
se apartó bruscamente y se le escurrió gran parte de la luz, que cayó al suelo
rocoso y se rompió en mil pedazos. Estos rebotaron y regresaron al cielo
convirtiéndose en la luna y las estrellas. De esta forma tan poética explicaban
los antiguos pobladores la belleza de los cielos que tratamos de ver al salir
al frío de la noche.
Comprobamos que los billetes
habían sido emitidos correctamente. La previsión de levantarnos a las 6:30 nos
animó a acostarnos. Y, digo yo, qué interés tendrá el lector en todo esto. ¡Qué
sufrido es el lector!
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