La noche anterior había surgido
un desagradable imprevisto que podía marcar nuestro viaje. Nos llenaba de intranquilidad.
La información que nos habían facilitado inicialmente cuando contratamos el
crucero nos permitía tomar el vuelo contratado para Calgary a las 10 de la
mañana del domingo, cuando concluía nuestra navegación. Sin embargo, la nueva
información establecía que el barco atracaría a las 7:30 de la mañana. No se
podría iniciar el desembarco hasta las 7:45. Había que pasar control de aduanas,
lo cual podía demorarnos media hora e iniciar el desplazamiento al aeropuerto. La
estación estaba junto a la terminal de cruceros. El desplazamiento al
aeropuerto podía implicar unos 30 minutos. Además, había que facturar las
maletas. Entre controles y restricciones nos asaltó la duda de si habría tiempo
suficiente para completar todo el proceso y no perder el avión. No cuadraban
los números.
Javier nos dio una buena
noticia: la tarifa de nuestro vuelo era flexible, lo que permitía cambiarlo.
Por WestJet, la aerolínea, resultaba imposible. Por la plataforma utilizada
para sacar los billetes, llegamos a chatear con un agente que nos informó que
no había asientos para el siguiente vuelo de las 13 horas. Era extraño porque
luego aparecían plazas al hacer una búsqueda. El vuelo WS116, de las 14, no
estaba lleno.
En ese momento se abrió un
debate para estudiar alternativas para el caso de que perdiéramos el vuelo.
Desplazar todo el itinerario un día no parecía viable ya que estaba todo lleno
y era improbable que pudiéramos obtener nuevos hoteles. Además, no podríamos
anular las reservas ya efectuadas sin perder todo lo pagado. Ir en coche
supondría pagar el recargo por dejar el vehículo en otro lugar y tragarse 1076
kilómetros de desplazamiento. En autocar eran unas 14 horas y desconocíamos los
horarios. Nos acostamos francamente intranquilos.
A la hora programada decidimos
reanudar el chat de la noche anterior. Nos daban una buena noticia y otra mala:
había disponibilidad, pero a 418 euros por cabeza. Tras un breve debate
decidimos rascarnos el bolsillo porque la posibilidad de anular lo contratado
en las Rocosas o modificarlo era una entelequia.
Cuando todo parecía solucionado
y nos mandaban el enlace para pagar, resultó que no llegaban los mensajes de
confirmación de las entidades bancarias y no podíamos abrir las aplicaciones de
los bancos. Javier y José Ramón contrataron la wifi del crucero, que funcionaba
fatal, y parecía bloquear todo acceso de datos, como fuimos comprobando uno a uno.
Tras dos horas de gestiones conseguimos hacer el pago a través de José Ramón.
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