Los primeros navegantes que
entraron en el puerto de Vancouver debieron quedar admirados por la belleza del
lugar, rodeado de montañas nevadas durante una parte importante del año, por la
seguridad del entramado de islas, penínsulas, entrantes, calas y ensenadas que
formaba el delta del río Fraser y por el clima templado, aunque húmedo, que se
disfrutaba. Era muy probable que fueran marinos españoles en su búsqueda de
lugares donde se hubieran asentado los rusos (o buscando el Paso del Noroeste)
quienes lo comprobaran por primera vez, antes que el capitán británico George
Vancouver. Aún sigue impresionando el lugar, a pesar de la profunda
transformación y urbanización a la que ha sido sometido.
Alcanzamos Canada Place, una
serie de edificios modernos de acero y cristal. Nos metimos en Port Metro Vancouver,
la terminal de cruceros para Alaska, con la curiosidad de contemplar esas moles
flotantes. No estaba nuestro barco, lógicamente, pero observamos otros que nos
dieron una idea. Eran impresionantes. En las aguas tranquilas aterrizaba un
hidroavión. Otro parecía aprestarse para la misma maniobra en un instante.
Desde este lugar la vista sobre
Vancouver norte y oeste daban una idea de la extensión de la ciudad y su área
metropolitana, la que apreciaríamos mejor desde el aire. Las casas trepaban
incrustadas en el denso bosque de la falda apacible de la montaña. La parte de
Vancouver norte era de altos rascacielos. Abundaban las grúas de construcción,
las plumas, lo que significaba que se seguía promoviendo. La ciudad era
pujanza.
Las cinco velas situaban el
antiguo pabellón de Canadá en la Expo 86, celebrada para conmemorar el
centenario de la ciudad.
En el interior había una
exposición sobre varios aspectos del desarrollo de la ciudad desde la época del
pueblo Salish, que daría su nombre a esa parte del océano. El lugar abundaba en
cuevas donde refugiarse, agua, árboles con cuya madera podían construir casas y
canoas. El alimento era también abundante y los canales ofrecían vías de
comunicación para el desarrollo del comercio.
A finales del siglo XVIII
llegaron los europeos atraídos por el comercio de pieles, un negocio muy
lucrativo. En 1792, Vancouver recorrió el canal Burrard en su barco HMS
Discovery para cartografiar la zona, como lo habían hecho anteriormente los
españoles.
También mostraba el fenómeno de
la inmigración. La bonanza económica atrajo a gentes de muchos lugares,
especialmente asiáticos.
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