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Un valle a la sombra de los dioses 18 (Nepal 2011). Almuerzo y compras en Patan.


 

Intentar acceder al centro de la plaza era imposible. Las filas de fieles lo impedían. Habían cortado el acceso e instalado una carpa. Ante esta eventualidad decidimos subir al Café du Monde y contemplar la escena y los monumentos desde lo alto. Aprovechamos para comer. No fue fácil encontrar mesa, pero Sujan, que conocía a todo el mundo, supo encontrar el emplazamiento más adecuado.

A la sombra de una sombrilla degustamos la comida en compañía de Sujan. La plaza estaba a nuestros pies y nos permitió seguir las evoluciones del festival. La música y los cánticos no cesaban. La vista alcanzaba hasta la parte más alejada de la plaza. Frente al palacio, la columna con el rey. Lo que habíamos visto antes era una Garuda sobre otra columna. Al lado, la estructura con la campana. El templo de tres tejados era el Hari Shankar, del siglo XVII, precedido de dos elefantes descansando. Al lado, otro templo de forma de sihkhara y otra pagoda de dos tejados dedicada al dios Char Narayan. Más cerca, entre el palacio y nuestro emplazamiento, un hiti vacío en que descansaba la gente sentada. ¡Con lo tranquilo que vio todo esto mi tío hace siete años!



Comentamos a Sujan que teníamos interés en comprar algunos recuerdos. A unos pasos estaba una tienda que habían montado hace poco él y un grupo de amigos. Aún tenían que ampliar la oferta pero la mercancía era de calidad. Lo más interesante eran los cuencos tibetanos. En casi todos los lugares nos los habían ofrecido bien decorados y a un precio asequible. Cuando escuchamos la vibración de estos fuimos conscientes de la diferencia. También en el precio.

Los cuencos se utilizaban para facilitar la meditación. Al pasar el palo acolchado por su borde se destapaba una vibración especial. Había que calentarlo con un peculiar movimiento de muñeca, con cierta presión y poca velocidad. Se sentía en la mano extendida, lo acercabas al oído y la vibración penetraba. Nos mostraron la diferencia con varios tipos. Los más antiguos eran los más relajantes.

En el primer piso exhibían pashminas de tejidos suaves. Dos chicas las desplegaron para facilitar nuestra elección, difícil, porque la calidad de todas las piezas era excelente. Acoplamos colores con posibles destinatarias de los regalos.

Buscaba mi tío para casa una figura de una divinidad. Cerca estaban los artesanos que las realizaban y que exportaban a varios países budistas. Una del escaparate, dorada y pequeña, transmitía una paz adorable. Sujan se encargó de negociar el precio. Incluso de pagar con su visa porque la de mi tío no era aceptada.

Con nuestras compras salimos hacia Kathmandú.

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