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Los saris son el color de la India 188 (2011). Llegada a Benarés.

 


Tras hora y media de viaje, aterrizamos a las 11.20 de la mañana. Las maletas salieron rápidamente. En la puerta nos esperaba el corresponsal de Catai. Era un hombre alto y grueso y con una expresión dura en el rostro. Si hubiera deseado iniciar carrera en el hampa no hubiera tenido grandes problemas en las pruebas físicas. Se mostró bastante eficaz. Nos pidió las reservas para confirmar el vuelo a Kathmandú ya que era un vuelo bastante conflictivo. El overboooking era la tónica general.

Hablaba un poco de español aunque no lo dominaba. Nos ofreció ir a Sarnath al inicio de la tarde y nos informó de las escasas posibilidades del paseo en barca por el Ganges. Hasta el último momento podíamos abrigar esperanzas.

El trayecto hasta el Radisson fue una auténtica gymkana. El número de vacas interceptando el tráfico era superior a la media del viaje. Baches, obras y atascos acompañaron nuestra entrada en la ciudad.

En la recepción estuvimos charlando con unos franceses algo más jóvenes que yo. Habían dormido tres noches en un hostal sobre el río y los mosquitos les habían acribillado. Se habían ganado un descanso sin sobresaltos. Llevaban casi un mes viajando a su aire por el país y se les notaba bastante cansados.

Nos dimos un baño en la piscina, descansamos media hora y bajamos al bar del hotel para comer algo: un par de sandwich club y dos cervezas kingfisher, cuya aerolínea nos había transportado horas antes.

Allí nos enteramos del desastre: Inglaterra había propinado a India una soberana paliza en cricket. Aquello era una afrenta nacional. Ni las dudas sobre la legalidad de unas adjudicaciones de terrenos en Gurgaon a los trusts de los Gandhi, ni la convulsión en las bolsas europeas ni americana, ni la inminencia de la caída de Gadaffi acaparaban más atención.

La sonrojante derrota de la campeona del mundo en el 4th test aún escocía. El cricket es para la India una pasión tan inmensa como el fútbol para nosotros. El orgullo nacional era vejado por la antigua metrópolis. Al ver imágenes del partido (no ponían otra cosa) concluimos que la derrota había sido justa y que el ridículo había sido espantoso. Los niños indios llorarían por las esquinas y no podrían conciliar el sueño.

En aquel momento fuimos conscientes de la magnitud de aquel hecho. Los jugadores de cricket y las estrellas de Bollywood eran los principales ganchos publicitarios. En cualquier lugar de la India, en cualquier aldea, un grupo de gente jugaba este deporte. Las crónicas de la televisión y los periódicos avanzaban claves para una regeneración del equipo. El análisis era más profundo que el de cualquier crisis económica.

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