El hotel Fort Rajwada hacía honor a su nombre. Su
arquitectura estaba inspirada en la de los fuertes del desierto. Un fuerte
matizado por el lujo de la comodidad. Estaba algo alejado de la ciudad, a unos
Conscientes de que el cansancio del viaje, combinado con las buenas instalaciones, podrían acabar con la jornada, citamos a Krishna media hora después para acercarnos a la ciudad. La piscina la disfrutaríamos a la vuelta. Desde la terraza del piso superior contemplamos el fuerte de Jaisalmer. Disfrutamos poco aquella terraza. El calor y posteriormente la lluvia nos lo impidieron.
Krishna nos depositó en una explanada junto a la muralla de la ciudad, al norte, a unos metros del mirador de la puesta de sol. El aparcamiento estaba desierto. Sin embargo, nada más salir del coche se nos pegó un niño palicero pidiéndonos un euro (ya más popular que el dólar). Unos perros vagabundos se unieron al séquito. Con ellos llegaron las moscas. La entrada en la ciudad dorada no pudo ser más insoportable. Los perros se conformaron con un par de bufidos, pero el crío no cejaba.
Los havelis eran sinónimo de riqueza. Los potentados exhibían su poder en estas construcciones. El primero que observamos estaba adornado con pinturas en la fachada, poco habitual en la zona y más propio de Shekhawati. Tras pasar ante un templo con una shikhara apuntada encontramos otro palacete imponente. Había sido transformado en el hotel Narayan Niwas que nos habíamos planteado para nuestra estancia en la ciudad al organizar el viaje. En la azotea asomaba un cañón, algo bastante chocante, salvo que hubiera formado parte del sistema defensivo de la ciudad. En el hotel podías reponer fuerzas en el NN’s Café. La transformación de los havelis en hoteles había salvado muchas de estas joyas.
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