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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 27. Ginza II


Ginza fue un apetitoso muestrario de tendencias. Los precios de los productos de gama alta sólo permitían a muchos visitantes deleitarse con los escaparates. Todo era prohibitivo. También era el lugar donde observar y ser observado, el lugar por donde debía pasear la gente bien. Incluso se acuñó un nuevo término para esa actividad: ginbura, como ginzear. Ginza era un paraíso cosmopolita. Como decía una canción:
En esta calle, ancha como la faja de un quimono,
pantalones de marinero y cejas dibujadas,
un corte  à la garçonne, ¿no es ahora tan chic?
Balanceando un bastón de madera con forma
de serpiente…[1]
El terremoto de 1923 volvió a destruir el barrio, que resurgió una vez más. Los bombardeos de 1945 lo arrasaron y una nueva reconstrucción se realizó, algo normal en todo el país, afectado periódicamente por tifones, terremotos e incendios. O guerras y alzamientos.
Nos habíamos dirigido a Ginza con la esperanza de contemplar las calles peatonalizadas, lo que ocurría el sábado por la tarde y el domingo, pero llegamos tarde y habían reanudado el tráfico. Chuo dori, la que se denominaba la Quinta Avenida de Tokio, volvía a su ritmo.
Se calculaba que unas diez mil tiendas daban servicio en Ginza. Las marcas más famosas y caras se citaban en el barrio para competir por ese cliente muy fashion al que no le importaba gastarse una cantidad extravagante de dinero en un bolso, un reloj, un móvil o ropa. Las tiendas eran pequeñas obras de arte de diseño y buen gusto. Daba gusto ver las tiendas, los clientes y las dependientas. Picoteamos en alguna de ellas. Una papelería ofrecía los más sofisticados productos para oficina. Una tienda de sales de baño y productos de tocador nos mostró que había un mundo inmenso de sensaciones en ese sector.



[1] Es la canción de jazz Ginza que aparece en La pandilla de Asakusa, de Yasunari Kawabata (página 70).

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