Ginza fue un apetitoso muestrario
de tendencias. Los precios de los productos de gama alta sólo permitían a
muchos visitantes deleitarse con los escaparates. Todo era prohibitivo. También
era el lugar donde observar y ser observado, el lugar por donde debía pasear la
gente bien. Incluso se acuñó un nuevo término para esa actividad: ginbura, como ginzear. Ginza era un
paraíso cosmopolita. Como decía una canción:
En esta
calle, ancha como la faja de un quimono,
pantalones
de marinero y cejas dibujadas,
un
corte à la garçonne, ¿no es ahora tan
chic?
Balanceando
un bastón de madera con forma
de
serpiente…[1]
El terremoto de 1923 volvió a
destruir el barrio, que resurgió una vez más. Los bombardeos de 1945 lo
arrasaron y una nueva reconstrucción se realizó, algo normal en todo el país,
afectado periódicamente por tifones, terremotos e incendios. O guerras y
alzamientos.
Nos habíamos dirigido a Ginza
con la esperanza de contemplar las calles peatonalizadas, lo que ocurría el
sábado por la tarde y el domingo, pero llegamos tarde y habían reanudado el
tráfico. Chuo dori, la que se denominaba la Quinta Avenida de Tokio, volvía a
su ritmo.
Se calculaba que unas diez mil
tiendas daban servicio en Ginza. Las marcas más famosas y caras se citaban en
el barrio para competir por ese cliente muy fashion
al que no le importaba gastarse una cantidad extravagante de dinero en un
bolso, un reloj, un móvil o ropa. Las tiendas eran pequeñas obras de arte de
diseño y buen gusto. Daba gusto ver las tiendas, los clientes y las
dependientas. Picoteamos en alguna de ellas. Una papelería ofrecía los más
sofisticados productos para oficina. Una tienda de sales de baño y productos de
tocador nos mostró que había un mundo inmenso de sensaciones en ese sector.
[1]
Es la canción de jazz Ginza que aparece en La pandilla de Asakusa, de Yasunari
Kawabata (página 70).
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