En nuestro periplo por los
lugares de tiendas más significativos de Tokio nos dirigimos a Ginza, el lugar
de la plata, por acoger en la época de los Tokugawa una ceca que producía
monedas de plata.
Fue también la primera
experiencia en el metro, que utilizamos poco durante nuestra estancia. Un
empleado nos ayudó a sacar los billetes, que se pagaban según zonas y tramos.
En un gran plano sobre las máquinas expendedoras-no había cobradores físicos-se
especificaba el importe.
En 1872-según leí en la web
www.orientalarchitecture.com- un incendio arrasó la zona, lo que dio la
oportunidad al gobierno para reconstruir el barrio en estilo occidental, tan
del gusto del emperador Meiji. Se encargó el proyecto al arquitecto inglés
Thomas Waters. La reconstrucción se llevó a cabo en ladrillo, un material
desconocido en la época en Japón, acostumbrado a construir en madera. El
resultado fue hermoso, pero poco práctico al ir contra la tradicional
arquitectura de construcciones abiertas y aireadas.
Las calles se plantaron de
sauces, en 1882 llegó el alumbrado y un tranvía tirado por caballos recorría la
avenida principal. Las imágenes de la época muestran una calle europea con una
columnata prolongada. La zona se convirtió en un barrio de compras para gente
de alto nivel adquisitivo, una etiqueta que le acompañaría en los años posteriores.
Fue la época de los chicos bastón,
jóvenes que acompañaban a las señoras adineradas en sus paseos, o de los chicos modernos y las chicas modernas, que vestían a la última
moda, o las chicas maniquí de finales
de los 20 y principios de los 30 que permanecían inmóviles en los escaparates.
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