Abandonamos la carretera de la costa y por la 92 llegamos a Egilsstadir.
Esta era una población reciente. Fue fundada en 1947 como centro administrativo y de servicios en una encrucijada de caminos. No ofrecía grandes atractivos. Contaba con aeropuerto, universidad y hospital. Al viajero le permitirá abastecerse para internarse en zonas más apartadas.
Efectuamos una parada en una gasolinera con una cafetería y una tienda sencilla. Cuando fuimos a pagar una pequeña compra escuchamos al que nos atendía preguntar un precio en español con un fuerte acento murciano. Le comentamos nuestra vinculación con Murcia y nos dijo que era de Puente Tocinos. Se había mimetizado bien con el ambiente con su abundante barba. No se le veía demasiado ilusionado. Le preguntamos si era bonito el lago y nos contestó que en Islandia había muchos lagos, de lo que dedujimos que no lo había visitado.
Fuimos bordeando el lago Lagarfljót por la carretera del sudeste. Pronto nos encontramos con el bosque Hallormsstadaskógar, el mayor de Islandia, formado por abedules, alerces y otras cincuenta especies de árboles traídas de fuera y con las que se había experimentado con bastante éxito. No eran habituales estas densidades boscosas, por lo que había que disfrutarlas.
El lago ocupaba unos 52 kilómetros cuadrados y era el tercero más grande del país. Se prolongaba unos 35 kilómetros (38 kilómetros en otras fuentes) con una anchura entre uno y dos y medio kilómetros. Su superficie estaba tan solo a 22 metros sobre el nivel del mar, aunque la impresión era que aquí nos encontrábamos sobre una plataforma más elevada.
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