En las familias nobles era
habitual destinar a uno de los hijos a la Iglesia. Profesar no era tan tremendo
como pudiera imaginarse ya que la vida monástica o conventual era una vida
relajada, sin preocupaciones por lo mundano ya que los establecimientos
religiosos obtenían importantes rentas. De Roberto lo expone magníficamente:
En San
Nicolás se despilfarraba realmente, quizá más que en casa de los Francalanza.
El convento, inmenso y suntuoso, era comparable a los palacios reales y señal
de ello eran las cadenas colocadas delante del portón y las rentas de las que
gozaba, cerca de setenta mil onzas anuales, que servían para mantener a unos
cincuenta monjes, legos y novicios. Pero el espléndido trato, la vida alegre y
la libertad casi absoluta para hacer todo lo que le pluguiera, no disiparon en
el corazón del monje la irritación por la imposición padecida...
Pero, hacia finales del siglo
XIX, la suerte de la Iglesia en Sicilia cambió, como ocurrió en otros países de
Europa y en el Reino de Cerdeña. Con la Ley Siccardi, de 1849, quedaban
abolidos los privilegios del clero; en mayo de 1855 el gobierno piamontés
suprimía las órdenes religiosas que no se dedicaran a predicar, a la enseñanza
o a cuidar enfermos; en julio de 1866 fueron suprimidas todas sin distinción.
La Iglesia fue, sin duda, uno
de los grandes poderes de la isla, como lo fuera en muchos otros lugares. La
profusión de lugares con nombres de santos, la abundancia de iglesias,
conventos y monasterios da cuenta de esa presencia constante. Conventos y
monasterios eran grandes terratenientes. Algunos canónigos eran pares del reino
y era evidente su poder político.
Don Bosco, uno de los
personajes de Los Virreyes,
representa a esos religiosos ajenos a lo divino y preocupados por lo terrenal,
con hijos ilegítimos, queridas, despilfarros y juergas. Su espiritualidad era
nula. Al inicio del libro es quien malmete a sus sobrinos para que impugnen el
testamento de su cuñada, doña Teresa, que ha ejercido como cabeza de familia
con mano férrea y tiránica. El colérico, malhablado y malintencionado Don Bosco
bien podría identificarse más con el demonio que con un corazón bondadoso. Sin
embargo, es uno de mis personajes favoritos en el libro.
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