Mayo de 1402. Un barco genovés
espera en aguas de Cádiz para embarcar a una embajada del rey de Castilla,
Enrique III, con destino a tierras de Oriente. Encabeza la misma un oficial de
la Casa Real y camarero del monarca que responde al nombre de Ruy Gonzales de
Clavijo, hombre dotado de gran oratoria.
El barco atravesará el estrecho
de Gibraltar, tocará en algunos puntos de la costa levantina, alcanzará las
Islas Baleares, pasará entre Córcega y Cerdeña rumbo a Roma, cruzará el
estrecho de Mesina, hará escalas en Grecia, Rodas y Constantinopla, que caerá
en manos de los turcos cinco décadas después. Por la costa sur del Mar Negro,
para evitar el poder de los otomanos que amenaza a Europa, continuará hasta Trebisonda,
atravesará Armenia, llegará a Teherán y avanzará por el desierto de Turkestan y
el río Amu Daria hasta su destino, Samarkanda, a donde llegará el 8 de septiembre
de 1404. Habrá tardado dieciocho meses en cubrir una distancia fabulosa para la
época y plagada de peligros y aventuras. En su regreso visitará Bujara, otra de
las ciudades míticas para aquellos europeos que empezaban a contar en el
escenario mundial. Alcanzará Alcalá de Henares en marzo de 1406.
Aquel madrileño, del que se
desconoce su fecha de nacimiento y de muerte, iba acompañado de Alonso Páez de
Santamaría (que quizá fuera el autor de la posterior crónica), Gómez de Salazar,
Alonso Fernández de Mesa y un grupo de sirvientes cuyo objeto era dar lustre a
la embajada. Su objetivo era entrevistarse con el Gran Tamerlán, Timur el Cojo,
hombre temible que dominaba unos enormes territorios en Asia y que previamente
había mandado una embajada al rey de Castilla para consolidar sus relaciones
con Occidente.
Clavijo debía trazar una ruta
fiable entre ambos territorios y verificar las rutas comerciales, la mítica
Ruta de la Seda (que deberá esperar al siglo XIX para tomar ese nombre), fuente
importante de riqueza. También debía convencer a Tamerlán de la superioridad
del rey de Castilla sobre otros monarcas europeos para una alianza contra los
otomanos.
Clavijo recopiló una importante
información sobre los territorios que atravesó la embajada y dejó constancia de
todo ello en la crónica que tomó el nombre de Viaje a Tamorlan y que fue publicada por primera vez en español en
1582 por Argote de Molina bajo el título de Historia
del gran Tamorlan e Itinerario y narración del viaje. Tanto interés levantó
su crónica que fue traducida al ruso, al inglés, al francés, al persa o al turco,
quizá por los importantes intereses que los respectivos países tenían en la
zona. El viaje y los 75 días que pasaron en Samarkanda constituyen el primer
libro de viajes de la literatura castellana.
Evidentemente, fueron los
primeros españoles que visitaron Uzbekistán. Con anterioridad, varios viajeros
españoles, como Benjamín de Tudela, Ibn Yubair o Abú Hamid Al-Garnati habían
recorrido Persia o Irak pero no consta que ninguno alcanzara aquel país de Asia
central. Tampoco consta que con posterioridad a Clavijo hubiera nuevos viajeros
españoles que escribieran nuevas crónicas. No parece que nuestros paisanos de
siglos anteriores tuvieran un gran interés por aquellos territorios tan remotos.
Por cierto, un barrio de
Samarkanda toma el nombre de Madrid en honor a aquella embajada. Y una calle honra
el recuerdo de aquel atrevido embajador que es recordado con sumo cariño por
aquellos lares.
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