Amir
Temur o Tamerlán.
El hotel Malika Prime estaba
casi a la misma distancia del mausoleo y de la estatua de Tamerlán. Ruy
González de Clavijo prefería la denominación Tamurbec, más señorial que la que
hacía referencia a sus defectos físicos:
Ca
Tamurbec quiere decir en su propia lengua, tanto como Señor de hierro, ca por Señor
dicen ellos Bec, y por hierro Tamur, y Tamorlán es bien contrario del su Señor,
ca es un nombre que le llaman en denuesto; porque Tamorlán quiere decir tullido,
como lo cual él lo era tullido de la una anca derecha, y de los dos dedos
pequeños de la mano derecha, de heridas que le fueron dadas robando carneros
una noche, según adelante os será más largamente contado.
Tamerlán nació cerca de Shahr-i
Sabz, la antigua Kesh, a unos 90 kilómetros de Samarcanda. Se trata, sin duda,
de uno de los personajes más admirados pero también más controvertidos de la historia
de Asia. Sus conquistas fueron legendarias pero también las matanzas y la
destrucción. Embelleció Samarcanda, que eligió como capital, y otras ciudades
de Transoxiana, lo que actualmente conforma Uzbekistán.
Su nombre, Timur Lang, Timur el
Cojo, procedía de la cojera que le aquejaba a consecuencia de una malformación
de nacimiento al tener la rótula derecha soldada a su muslo. Solo podía moverse
a caballo o con muletas. También tenía una malformación en el hombro derecho y
un flechazo le limitó aún más el uso de la mano derecha, según leí en El Islam, arte y arquitectura. Sin
embargo, ello no le impidió ser un guerrero feroz.
Procedía de la tribu turca de
los Barlas, prestigiosa pero empobrecida. Como no era descendiente de Gengis
Kan nunca utilizó tal título, el de Kan, aunque su poder fuera asimilado al de
un gran emperador.
A la muerte de Gengis Kan se
dividieron los territorios conquistados entre sus hijos. La Horda Blanca, en
Siberia occidental, pasó a Ordu. La Horda de Oro, en el sur de Rusia y Jorasán,
a Batu. En Transoxiana quedó Chagatai. En el norte de China y Mongolia (Karakorum),
Ogaday. Telui gobernó sobre el centro de Mongolia. Ogaday fue nombrado Gran Kan
en 1229.
El que se proclamara como renovador
de la soberanía mongola se encontró con un panorama convulso hacia 1360. Los ilkanes de Persia - leí en El Islam, arte y arquitectura- entraron
en conflicto con los Chagatai, de Transoxiana. Hacia aquella fecha, Tughluq
Temür, el kan de Mogolistán, volvió a unir a los ulus de Chagatai bajo su dominio. En la década siguiente Tamerlán
ofició en parte como árbitro que pactaba para su provecho. Al invadir Tughluq
el territorio islámico, Timur traicionó al jefe de los Barlas, se unió a
Tughluq y obtuvo Kesh como feudo. Sus siguientes movimientos le llevaron al
máximo poder, según la obra indicada:
Para
ascender se alió con el poderoso emir Hussein, residente en Balj, casándose con
su hermana y convirtiéndose así en su partidario. Cuando Tughluq Temür se
volvió a retirar a Mogolistán, Timur y Hussein llevaron adelante la expansión
de sus territorios y realizaron alianzas con diferentes gobernantes hasta que,
en 1366, Samarcanda cayó en sus manos. Pero como los dos eran muy ambiciosos,
no se pudo evitar un conflicto que tuvo su punto álgido en 1369, cuando Timur
conquistó Balj, la residencia de Hussein. El 9 de abril de 1370, algunos emires
y príncipes de la ulus del sur
juraron fidelidad a Timur, que escogió la ciudad de Samarcanda como residencia.
Después de una ducha y de
organizar la ropa en la habitación nos reunimos en la recepción y salimos a dar
un paseo y a una visita nocturna. Enfilamos hacia la izquierda. A la espalda
del hotel estaba la Universidad de Samarcanda y al frente un tranquilo parque
que rodeaba el mausoleo Rukhobad. Estaba oscuro pero la iluminación del
mausoleo, de algún hotel y de la avenida principal era suficiente. Iluminada y
Javier, los más previsores y mejor equipados, llevaban sus linternas frontales.
La mía había quedado en la mochila.
En medio de una plaza estaba la
estatua de Tamerlán. El tráfico la rodeaba indiferente. Estaba sentado en su
trono, en majestad, como debió recibir a quienes se acercaban a la ciudad a
rendirle pleitesía. Estaba solo, abundantemente iluminado. Mis amigos no se
resistieron a cruzar y acercarse. Yo la contemplé desde lejos, quizá porque aún
recordaba su fama de cruel y sanguinario. Ruy González de Clavijo reseña
algunos ejemplos, como el de la toma de la ciudad de Sabastria y su
destrucción.
Sitió la ciudad y el señor de la
misma pidió ayuda a los turcos, enemigos de los timúridas, que mandaron un
ejército de 200.000 soldados. Tamerlán combatió a los sitiados, que mandaron
una misión para negociar: “y quedaron con él en esta manera: que saliese cierta
gente de la ciudad a él, y que les aseguraba, de no haber sangre en ellos, y
que les diese cierta cuantía de oro y plata”. Cuando la recibió cumplió
textualmente su palabra: mandó que los enterraran vivos. Con ello sació su
venganza y lanzó un mensaje a otros que tuvieran intención de resistirse.
Después entraron sus tropas, sometieron a la ciudad al pillaje y la destruyeron.
La misma suerte corrió Damasco.
Con la normalidad que es
expresada esta hazaña en la crónica debemos pensar que era la forma habitual de
comportarse. Quien le hacía frente sufría su ira, perdía sus bienes y
contemplaba cómo destruían todo, violaban a las mujeres, esclavizaban a la
población o la pasaban a cuchillo.
Parece que no era hombre de
mantener la palabra dada. En Pagarrix, donde había un barrio de armenios y otro
de turcos, mandó que derribaran las iglesias. Los armenios ofrecieron una
cantidad de 3000 asperos para que no lo hiciera. “Y de que los hubo mandado
tomar, mandó derrocar las dichas iglesias”.
Observando la estatua sedente
recordé un rubai de Omar Jayyam que
resumía su vida:
Oscura es mi vida y no
hay tarea recta.
Todo sufrimiento suma y
toda calma resta.
Gracias a Dios el germen
de los desastres
no es necesario buscarlo
en los otros.
Bajamos por la avenida Registán.
La noche había dulcificado el calor del día. Era agradable pasear en compañía
de mis nuevos amigos. Pasamos el centro turístico Afrasiab, cruzamos la avenida
Umarov y contemplamos los parques a ambos lados de la calle. A la derecha
estaba el parque Amir Temur.
Al llegar a la plaza Registán
quedamos impactados. La plaza estaba iluminada y las tres madrasas que la
conformaban estaban preciosos. La calle se alzaba un poco sobre la plaza, como
si fuera un mirador. Bajamos unas gradas hasta una valla y nos juntamos con
muchas otras personas que habían tenido la misma idea que nosotros.
Registán es un símbolo de
Samarcanda. Es su máxima atracción, el máximo exponente de aquella
sofisticación y grandeza de la que gozó la ciudad en el pasado. El “lugar
arenoso”, que eso significaba su nombre, que fuera plaza del mercado, imantaba
al visitante con sus azulejos que brillaban con la luz artificial. El centro de
la plaza estaba casi vacío pero se veía a algunos privilegiados caminar por
ella y entrar en las madrasas. Sin duda, había que intentar convertirse en
otros privilegiados.
El más decidido fue Fernando. A
los demás nos cohibían las vallas y la presencia de policías. Sin embargo, él
fue directo a hablar con ellos y, milagrosamente, aunque no compartían idioma,
se hizo entender. Claramente le dijeron que podía pasar pagando 20.000 soms (algo más de dos euros). Nos
mandaron a la otra punta, menos iluminada y controlada, y penetramos por un
hueco entre la valla y el muro. Automáticamente aparecieron otros policías. Nos
temimos lo peor pero sonrieron, Fernando nos animó a continuar pero al final
nos rajamos. Fernando siguió adelante y penetró en una de las madrasas. Cuando
parecía que nos íbamos a decidir, unos minutos después, apagaron la
iluminación. La gente empezó a marcharse.
Cruzamos al otro lado. La calle
estaba llena de restaurantes, algunos con un buen aspecto y buen ambiente. Yo
tenía más sed que hambre. La indecisión de la plaza se repitió, amplificada,
porque ahora éramos más. Un supermercado estaba a punto de cerrar. Me metí,
compré una cerveza rusa por 4.000 soms
(medio euro) y esa fue mi cena con alguna cosa más que repelé de mi mochila.
Estaba cansado y un poco
descolocado, quizá con un principio de mal del turista. Como nadie se decidía,
regresé hacia el hotel con Josep y Albert. Charlamos animadamente y nos
desviamos atraídos por la luz del Gur-e-Amir,
la “tumba del rey”, donde reposaba Tamerlán, que falleció poco después de la
llegada de la embajada castellana, cuando estaba preparando una expedición de
conquista contra China.
Todo estaba solitario y
silencioso. Sin nadie que nos molestara contemplamos esa joya que recordaba al
gran señor. Hasta que apagaron la iluminación.
Aún me quedé un rato escribiendo
en la habitación.
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